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El 24 de abril se cumplirán 100 años del inicio del genocidio armenio, mi comunidad de origen por el lado paterno.

Uno de los desafíos que plantean el trabajo de recordar y homenajear a las víctimas y damnificados de estas tragedias es encarnar a esas personas para que dejen de ser una cifra, una más entre miles de protagonistas anónimos. Con ese propósito entrevisté a argentinos descendientes de sobrevivientes del genocidio.

En las siguientes líneas, el testimonio del ingeniero electricista Daniel Khatcherian, 57 años, residente en Buenos Aires.

-¿Qué parientes tuyos, que conociste en persona, vivieron en carne propia el genocidio?
-Mi papá Mihran Khatcherian y mi mamá Hayguhí Chadarevian. Ambos sufrieron el genocidio en forma distinta.

Mi papá lo sufrió mucho más. Al poco tiempo de nacer falleció su madre por afecciones posparto, algo muy común en esa época, previa a la invención de la penicilina. A su padre (no conoció su nombre) el Gobierno turco lo mandó a combatir en la Primera Guerra Mundial. Los armenios eran destinados por Turquía en el frente de batalla como carne de cañón. Paradójicamente armenios que vivían en Turquía pelearon contra armenios que vivían en Rusia, sin poder ambos hacer nada para evitarlo. Mi abuelo murió en combate. Mi padre, por lo tanto, quedó al cuidado de sus abuelos, los cuales tenían chacra. Al poco tiempo los turcos tomaron la chacra, mataron a sus abuelos y mandaron a mi padre con una familia turca, la cual se apropió de él y de su hermana. Si bien mi padre era pequeño, aproximadamente 8 años, era consciente de la situación irregular en que vivía y en la primera oportunidad que tuvo huyó junto con su hermana de sus apropiadores, deambulando como chicos de la calle de aldea en aldea en Turquía. Al parecer alguien que los vio se dio cuenta de que eran huérfanos armenios y los llevó entonces a orfanatos que misiones protestantes, tanto británicas como alemanas, instalaron en esa región para acoger a huérfanos producto del genocidio armenio. Vivió allí hasta los 15 años. Luego, capacitado con educación básica y un oficio, buscó sobrevivir en Siria, hasta venir siete años después a Buenos Aires donde se instaló definitivamente.

La historia de mi mamá fue diferente: hija menor de una familia de siete hermanos, vivían en Marash, una ciudad con gran población armenia, en Turquía. Llegó la orden del Ejército turco obligando en 24 horas a toda la población armenia de esa ciudad a dejar sus casas y tomar sus mínimas pertenencias para ser reubicados “por motivos de seguridad nacional”. Estaban a punto de partir con toda la gente a lo que serían las caravanas de la muerte, cuando un amigo turco de mi abuelo, con buenos contactos políticos, lo convenció de que esa orden era una trampa mortal y le consiguió rápidamente un oficio como sastre en el Ejército turco, para así poder evitar la deportación. Sobrevivió hasta que la guerra terminó, pero él y su familia, mi mamá incluida, fueron forzados a abandonar (escapar es el término correcto) de Marash para evitar la matanza de los turcos una vez que se retirasen las milicias de Francia e Inglaterra afincadas allí. Luego pasó a residir precariamente en Alepo, Siria, hasta viajar y radicarse definitivamente años después en Buenos Aires, Argentina.

-A partir de tus recuerdos y vivencias, ¿cómo impactó en ellos lo sucedido hace 100 años?
-Mi papá no sólo sufrió siendo muy pequeño la pérdida de su familia directa y de su casa. Fue testigo directo sin anestesia de perder todo a muy temprana edad. También fue privado de crecer en el seno de una familia. Si bien el orfanato cumplió un papel, dando albergue, comida y educación a chicos, paliando la grave situación previa, es muy distinto criarse en el medio del afecto familiar de un hogar que en un orfanato. El no tener de pequeño la enseñanza que brindan los modelos de roles familiares en una familia, le privó ya de adulto el poder ejercerlo en su totalidad como padre. Su educación básica no le permitió alcanzar metas superiores, no obstante ser un trabajador incansable.

Mi mamá sufrió a muy temprana edad el destierro, la precariedad de vida sin futuro que brinda el lugar que aloja momentáneamente al desterrado. No pudo tener una educación media, ni mucho menos terciaria, como ella hubiese querido. Pudo a pesar de ello paliar esa situación, aprendiendo al mismo tiempo mientras colaboraba con las tareas de la escuela de sus hilos y también mediante los medios masivos de comunicación, que alimentaron su curiosidad insaciable.

-¿Cuál es tu posición y actitud ante el centenario del genocidio armenio?
-Voy a expresar de múltiples maneras mi rechazo a la actitud de Turquía, que al día de la fecha niega la existencia siquiera del genocidio armenio y voy a sumarme a todos los que exigen justicia, aún 100 años después del aberrante hecho.

-¿Cómo recordarás el centenario del genocidio armenio?
-Con recogimiento, recordando con orgullo las vidas de mis padres, quienes me dieron la educación que tengo y algo cada vez más en desuso: valores predicados con el ejemplo. Ante cada efemérides del 24 de abril, nunca me transmitieron ni odio ni rencor sino una sabia reflexión. Recordando la canción del programa televisivo “Chiquititas”, “Tengo el corazón con aujeritos”, ellos sanaron los agujeros de su corazón con el amor de Cristo y esa actitud de serena paz y sabiduría la transmitieron a sus hijos como herencia indeleble.

PD: Casado con Cristina Ramírez (de origen no armenio), Daniel tiene un hijo de 23 años, y un estudio propio de ingeniería desde hace 24 años llamado Estudio Khatcherian.

Puedes leer las respuestas del resto de los entrevistados aquí.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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