A las 19.30 del 19 de julio de 2015 subí frente al edificio donde vivo en la ciudad de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires, al automóvil de Pablo Martín uno de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
Pablo, de 49 años, y yo fuimos hasta el lugar seleccionado para nuestra celebración, el Café de García, el hermoso bar tradicional de Villa Devoto, pero cuando llegamos… ¡estaba cerrado!
Como en otros momentos de la noche, Pablo me ganó en iniciativa y propuso velozmente dirigirnos a la pizzería El Fortín, un famoso reducto pizzero del barrio porteño de Monte Castro que ni él ni yo conocíamos.
Cuando llegamos a las 20.30, el lugar estaba repleto de personas, pero justo encontramos dos sillas libres ante una mesa en una esquina del local.
Guiados por un mozo ágil y concreto en sugerencias, elegimos una pizza grande de jamón y morrones por una mitad, y de fugazzeta la otra, acompañadas por dos porciones de faina y cerveza.
Durante una hora, mientras nos regocijamos con esa maravillosa pizza, Pablo, al igual que otro de mis invitados, Adrián Taccone, tuvo la iniciativa del diálogo y preguntó más que yo.
Pablo es músico, director de coros, periodista y dueño de una inmobiliaria. Compartimos muchas cosas, además de la fe cristiana, y lo reflejamos en la charla distendida: música, periodismo, viajes, tecnología y nuestras familias.
Apenas terminamos la pizza, el mozo nos invitó a separar la mesa donde estábamos para dejar espacio a otros comensales.
Entendimos la indirecta y nos retiramos para continuar la charla en el café Impala Victoria, un lugar propuesto por Pablo, con quien nos conocemos desde hace más de 20 años cuando coincidimos en el periódico El Puente.
En la confitería endulzamos la noche, con un flan con crema para Pablo y un sambayón caliente para mí, en medio de anécdotas y risas compartidas en el último encuentro por mis 50 años.
