Salir de una Buenos Aires invernal y gris en medio de una sudestada interminable, y llegar luego de un par de vuelos al día siguiente a Hermosa Beach en California en un día despejado y con 32 grados de temperatura, fue una experiencia que, como dice cierta publicidad, «no tiene precio».
Eso me sucedió el 11 de agosto con mi hija Agustina. Llegamos a Los Ángeles, punto inicial de nuestras vacaciones californianas, procedentes de Buenos Aires, vía Dallas.
En el aeropuerto angelino nos recogió mi amigo y generoso anfitrión y guía, Luis Durruty, quien, sin preámbulos, nos llevó a recorrer el sudoeste de la mayor área urbana de la costa oeste estadounidense.