Por tercera vez en menos de 24 horas comí arroz blanco chino a bordo de un avión chino pero sin los tradicionales palitos chinos.
En rigor, la ausencia de los palitos fue decisión mía porque no los domino, en los vuelos de Air China los ofrecen a los pasajeros al momento de servir la comida.
En el vuelo de esa aerolínea que me llevó el 10 de abril de 2016 desde el aeropuerto de Beijing a la ciudad de Shenzhen, a unos 2 mil kilómetros de distancia en línea recta y casi longitudinal hacia el sur de la capital china, volvieron a servir una comida caliente.
El vuelo había partido con dos horas de demora respecto al horario original.
Apenas tomó la altura de crucero, en este caso unos 10 mil metros de altura, las gentiles y esbeltas azafatas sirvieron la comida, aunque en este caso no estaban las tradicionales opciones de pollo o pasta, reemplazada esta última por una variante de carne de cerdo:
Por supuesto, estaba el omnipresente arroz blanco.
El sobre violeta y blanco tenía un aderezo picante que no me animé a probar.
El vuelo tiene casi tres horas de duración. Ana Deng, la maravillosa cicerone de gran parte del viaje a China, aprovechó el viaje para descansar.
Una decisión lógica, porque antes de este viaje ya habíamos sumado unas 21 horas de vuelo encima, más las esperas en Buenos Aires, Frankfurt y Beijing, y las 11 horas de diferencia entre la Argentina y China.