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El pueblo decía
“El Señor me abandonó,
mi Dios se olvidó de mí.”
Pero ¿acaso una madre olvida
o deja de amar a su propio hijo?
Pues aunque ella lo olvide,
yo no te olvidaré.

(Isaías 49:14-15)

Quienes ejercen la política te han olvidado.
O más bien, te temen, y por eso quieren desaparecerte.
Te encierran en campos para refugiados.
Dejan que mueras cruzando mares o desiertos,
mientras buscas lugares mejores para vivir.
O te deportan y te expulsan, como si fueras un objeto.
Y te construyen muros que te colocan “fuera”
de sus zonas de confort, a distancia segura de sus privilegios
conseguidos a costa de tu sudor, de tus lágrimas, de tu sangre.
O ignoran tu hambre, tu sed, tu desnudez, tu dolor
o cual sea que fuere tu necesidad…
Y clamas, con justa razón:

“El Señor me abandonó,
mi Dios se olvidó de mí.”

Y vuelves tu mirada a las iglesias, del credo que sean,
buscando allí que la compasión que se predica,
que la gracia que se anuncia,
que el amor que se canta,
que la misericordia que se declama,
se tornen
en un abrazo que envuelva tu fragilidad,
en una caricia que calme tus miedos,
en una mirada cálida que te reconozca prójimo, prójima,
en un espacio que te brinde una oportunidad,
en un gesto que te devuelva la fe en un tiempo mejor.
Pero… en muchas te ellas también te han olvidado.
Las prédicas no se atreven a denunciar el pecado
de un mundo cada día más injusto, más perverso, más expulsivo;
y los himnos hablan del gozo en el cielo
y quienes cantan sólo miran hacia arriba
y no hacia sus costados, menos hacia abajo.
Las ofrendas sostienen imperios religiosos
y a ministros en sus carros de lujo…
Y lloras y gritas, con justa razón:

“El Señor me abandonó,
mi Dios se olvidó de mí.”

Y me miras a mí con un último destello de esperanza.
Y yo que bajo mis ojos
porque involucrarse es comprometerse,
porque si conozco tu historia no puedo esconderte mis manos,
porque si te abro el alma otros me cerrarán las puertas de las suyas,
porque si me dices tu nombre será la misma voz de Jesús llamándome,
porque si me detengo a tu lado ya no podré seguir sin más mi camino,
porque si te hago espacio en mi vida, toda esa vida se desmorona
pues está construida sobre la hipocresía, la apariencia,
una espiritualidad de cartón, un andamiaje religioso de conveniencias,..
Me miras y no te miro.
Y te derrumbas y suspiras con el aliento que te queda:

“El Señor me abandonó,
mi Dios se olvidó de mí.”

Pero Dios, a pesar de quienes nos gobiernan,
a pesar de quienes hemos hecho de la fe un club privado,
a pesar de quienes no reaccionamos ante el clamor de quienes sufren,
toma tu mano, te pone en pie y anuncia:

“¿Acaso una madre olvida
o deja de amar a su propio hijo?
Pues aunque ella lo olvide,
yo no te olvidaré.”

Y a nosotros, a nosotras, a ti y a mí, nos recuerda:
El Señor afirma que sí:

«Al hombre fuerte le arrebatarán lo conquistado,
y al tirano le quitarán lo ganado.
Yo me enfrentaré con los que te buscan pleito;
yo mismo salvaré a tus hijos.
Obligaré a tus opresores a comer su propia carne
y a emborracharse con su sangre, como si fuera vino.
Así toda la humanidad sabrá
que yo, el Señor, soy tu salvador;
que yo… soy tu redentor.» (Isaías 49:25-26)

Es palabra de Dios.

Gerardo Oberman

Fuente: Red Crearte.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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