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Si cualquier persona le dice a Siri que está “muy triste”, el sistema de reconocimiento de voz con funciones de asistente personal de Apple le responde con “La vida es un carnaval”, de Celia Cruz.

Si bien puede ser cierto, lo más probable es que no dé consuelo a quien esté padeciendo una tristeza profunda.

De la misma manera, hay programas basados en teléfonos móviles, computadoras e Internet, que ofrecen ayuda para muchos problemas, desde dejar de fumar hasta curar la depresión.

Sin embargo, un estudio de Stephen Schueller, profesor del Northwestern’s Center for Behavioral Intervention Technologies, en los Estados Unidos, evaluó que más de nueve de cada diez aplicaciones de salud mental disponibles para dispositivos electrónicos, no cuentan con una investigación que las avale.

“Este fenómeno habla no sólo de la rápida evolución de las tecnologías vinculadas a la salud, sino también de la falta de control sobre ellas. De hecho, se calculan en más de 160.000 las aplicaciones orientadas a la salud y en más de 16.000 las aplicadas al ámbito de la salud mental», dijo Andrés Roussos, director del equipo de investigación en Psicología Clínica de la Universidad de Belgrano (UB).

«Por eso, se vuelve necesario saber si hay algún tipo de evidencia sobre su eficacia. De lo contrario, las personas que empiezan a usarlas se exponen a una falsa promesa que puede obstaculizar el acceso a un tratamiento real y eficaz para dicho problema”, indicó Roussos, en un comunicado que me envió la UB.

“Algunas de las aplicaciones disponibles son adaptaciones para ‘smartphone’ de lo que antes de hacía en papel y lápiz. La creencia sobre su validez es que si funcionaba de forma analógica lo ha de hacer en su versión digital, aspecto que necesitaría ser comprobado. Otras, en cambio, son diseños innovadores que nunca fueron testeados ni en sus efectos principales ni en potenciales efectos colaterales. La realidad es que, para salir al mercado, resulta un obstáculo económico invertir tiempo y dinero en buscar evidencia de eficacia”, afirmó este investigador del Conicet.

A escala internacional existe un primer consenso con relación a los pasos para evaluar estas aplicaciones.

Según Roussos, “el primero de ellos está en rastrear su origen y evaluar si los desarrolladores cuentan con especialistas en la problemática que abordan».

El segundo paso es identificar el riesgo involucrado en la información sensible que registran, ya que el resguardo de la privacidad es fundamental.

El tercero y fundamental es si se realizaron investigaciones que den cuenta de la eficacia de la aplicación para ayudar a cambiar un hábito o a reducir un síntoma”.

Hay dos pasos adicionales. “El cuarto consiste en establecer la sencillez del uso de la aplicación.Por último, está la capacidad de la aplicación de interactuar con otras soluciones tecnológicas, por ejemplo si permiten recuperar datos para conformar una historia clínica, punto que limita claramente la capacidad de manejo de las aplicaciones”, sostuvo el investigador.

Para el docente, “resulta indispensable saber si estamos brindando y recibiendo una ayuda real o sólo una ilusión de algo que nos puede hacer bien. Como sociedad, nos debemos un debate sobre las formas de desarrollo y regulación de dichas alternativas de ayuda, a fin de que se vuelvan herramientas más efectivas y que alcancen a la mayor cantidad de gente posible”.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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