Los gatos son unos inquilinos especiales del cementerio de la Recoleta, indiferentes a los turistas que recorren la necrópolis más famosa de Buenos Aires.
Esa dimensión desconocida en la que viven estos felinos me permite, algunas veces, fotografiarlos, como hice el 2 de agosto de 2018 con una cámara fotográfica Sony A6500.
En este caso se trato de un ejemplar que estaba al pie de la puerta de una bóveda, calentándose al sol en una tarde invernal fresca, y sin prestar atención a las caricias de una turista.
Siempre que veo a estos animales recuerdo el siguiente poema del escritor Jorge Luis Borges, «A un gato»:
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
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