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Paradojas de la vida: la visita más dolorosa, agobiante y estremecedora que hice a un museo fue durante un día luminoso y de cielo despejado. La mañana del domingo 7 de octubre de 2018 irradiaba a pleno el sol sobre Ereván, la capital de Armenia, cuando descendí al museo del genocidio armenio, que tuvo entre sus víctimas a casi todos mis antepasados paternos.

Publico esta nota el 24 de abril de 2019, cuando se recuerda el 104° aniversario de esta masacre, considerada como el primer genocidio del siglo XX.

Como te conté en esta nota, el museo está junto a Tzitzernakaberd, un monumento dedicado a las víctimas del genocidio armenio, cometido entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX por Turquía, en el que fueron asesinadas más de un millón y medio de personas.

Para ingresar al museo hay que descender desde la explanada donde se encuentra el conjunto arquitectónico del monumento.

El propósito de este diseño es claro: se deja la luz de la superficie y de la vida para bajar al horror de la muerte.

Realicé la visita al museo durante un viaje que hice entre septiembre y octubre de 2018 por la tierra de mis ancestros.

Mi hija Agustina, la primera de toda la familia Dergarabedian que regresó a Armenia después que mis abuelos Aram y Lousaper se radicaron en la Argentina en la segunda década del siglo XX, fue mi guía de este viaje.

Ella decidió no acompañarme al museo, el cual había visitado en abril de 2018.

Recorrí entonces en soledad este lugar ineludible si visitas Armenia, porque te permite conocer en profundidad el horror que vivieron mis abuelos y antepasados.

Durante mi niñez y adolescencia mi abuela Lousaper me contó en algunas ocasiones las experiencias que vivieron para escapar de las matanzas cometidas por los turcos en su ciudad, Cesarea (de ahí el origen de mi nombre) de Capadocia, en armenio Kesaria, hoy en manos de Turquía y conocida como Kayseri.

Para no extender este relato con los pormenores de mi familia, te invito a leer esta nota, donde cuento en detalle sobre mis abuelos.

En cuanto al genocidio, te sugiero leer esta nota donde explico ese proceso histórico en el que murieron un millón y medio de personas.

La visita al museo me permitió poner en contexto los relatos de mi abuela y otros sobrevivientes del genocidio que se reunían en el departamento de ella en Buenos Aires todos los domingos y que conocí y escuché en mi infancia y adolescencia.

El museo, inaugurado el 21 de abril de 2015, me reveló nuevas capas de información que no conocía, y valorar y admirar aún más la voluntad de superación de mis antepasados.

De 2400 metros cuadrados, el lugar incluye nuevas tecnologías, enfoques de diseño y soluciones ampliamente utilizadas en otros museos como el Louvre de la ciudad francesa de París o el MET de New York.

Los materiales de texto y las notas explicativas están en armenio, inglés y ruso.

Una parte de esos materiales está impresa, así como a través de multimedia, con proyectores y pantallas táctiles.

También hay fotos originales y únicas, libros, documentos y otros artículos.

El espacio de exhibición consta de doce salas.

El museo ofrece audio guías en armenio, ruso, inglés, francés, alemán, turco, farsi y árabe.

En el salón de recepción del museo hay un frente de vidrio que corta un jachkar, una piedra conmemorativa grabada específica del arte armenio, casi siempre con cruces, presente desde la antigüedad en todo el territorio de la Armenia histórica y que en la actualidad se encuentra y conserva en particular en Armenia.

Es el último lugar con luz solar, antes del ingreso a las salas del museo.

En la sala introductoria hay un mapa labrado en piedra donde figuran las ciudades de donde fueron deportados mis abuelos Aram y Lousaper: Yozgat y Kesaria.

La muestra permanente está dividida en 50 secciones. En ellas se recorre los orígenes, el desarrollo y las consecuencias de este genocidio, que se caracterizó por su brutalidad en las masacres y la utilización de marchas forzadas con las deportaciones en condiciones extremas, que por lo general llevaban a la muerte a muchos de los deportados.

Se lo considera, por lo general, el primer genocidio moderno; de hecho, es el segundo caso de genocidio más estudiado, después del Holocausto.

Organicé mi visita así: primero leía los carteles introductorios de cada sección y observaba las fotos y otros materiales históricos como recortes de diarios, libros, cartas y documentos, para luego fotografiar esos textos y algunas de esas imágenes.

Varias de esa fotos que tomé con una cámara Canon EOS 1300D me salieron movidas y fuera de foco, posiblemente por la emoción que me embargó en la visita, que duró unas dos horas.

En algunas ocasiones debí interrumpir la recorrida para llorar en silencio y recuperar el aire ante el agobio generado por el registro de tantas vidas destrozadas.

Las siguientes fotografías que tomé de fotografías y documentos del museo están en orden cronológico. No incluí algunas salas en este relato para no hacerlo muy extenso.

Los epígrafes de las fotos aparecen cuando pasas el cursor sobre la imagen. Algunas de las imágenes no tienen epígrafes.

Advertencia: algunas de las siguientes imágenes pueden herir tu sensibilidad.

Antes del genocidio, los armenios vivían bajo el imperio otomano, donde mantenían su cultura y actividades sociales.

Armenios se preparan para una danza en Armenia occidental (hoy en poder de Turquía) a principios del siglo XIX en el monasterio de San Garabed en la región de Mush.
Libro ritual de la Iglesia Armenia, impreso en 1730 en Constantinopla, hoy Estambul.
Jugadores de fútbol del club armenio Araks, en Constantinopla en 1910.

La primera ola de atrocidades fueron las masacres de Hamidian entre 1894 y 1896, en las que murieron asesinadas entre unas 200.000 y 300.000 personas.

Reciben este nombre por el sultán reinante en esos años, Abdul Hamid II, quien en su esfuerzo de mantener la integridad territorial del imperio adoptó el panislamismo como ideología de estado.

Cadáveres de armenios en las matanzas de Hamidian.

Aunque las masacres estaban destinadas mayoritariamente a los armenios, algunas poblaciones cristianas como los asirios también fueron víctimas.

Mujeres armenias sobrevivientes de las matanzas de Hamidian en Constantinopla en 1895.
Refugiados armenios sobrevivientes de las masacres de Hamidian, en Varna, 1896.
Refugiados armenios sobrevivientes de las masacres de Hamidian, en Etchmiadzin, en Armenia oriental.

Las matanzas y los abusos y la crueldad turca atrajeron la compasión por los armenios en la prensa europea y americana, que calificaron a Hamid como «el gran asesino» y «el sultán sangriento».

Informe diplomático francés sobre la «cuestión armenia» en 1896.
Periódico satírico francés pone en tapa las matanzas en 1902.
Publicación francesa ilustra en su tapa las matanzas de Hamedian, en medio de la agonía del imperio otomano.
Publicación francesa ilustra en su tapa las matanzas de Hamedian, en medio de la agonía del imperio otomano.
Publicación francesa ilustra en su tapa las matanzas de Hamedian, en medio de la agonía del imperio otomano.
Publicación francesa ilustra en su tapa las matanzas de Hamedian, en medio de la agonía del imperio otomano.

El 24 de julio de 1908, las esperanzas de los armenios de igualdad en el imperio otomano se encendieron cuando un golpe de Estado organizado por oficiales del Tercer Ejército otomano con sede en la ciudad griega de Salónica sacaron a Abdul Hamid II del poder y restauraron en el país una monarquía constitucional.

Los oficiales formaban parte del movimiento de los Jóvenes Turcos que quería reformar la administración del estado decadente del

imperio otomano y modernizarlo a los estándares europeos.Un contragolpe tuvo lugar el 13 de abril de 1909.

Algunos militares del imperio otomano, con la colaboración de los estudiantes de teología islámica, quisieron devolver el control del país a manos del sultán y al imperio de la ley islámica.

Proliferaron los disturbios y combates entre las fuerzas reaccionarias y las fuerzas del Comité de Unión y Progreso (CUP) hasta que el CUP fue capaz de sofocar la sublevación y detener a los dirigentes de la oposición.

En ese contexto, la masacre de Adana fue una persecución étnica que ocurrió en la provincia de Adana, en abril de 1909.

Los informes estimaron que las masacres en la provincia causaron el asesinato de entre 20.000 y 30.000 personas de origen armenio.

Mujeres y niños torturados en Adana.
Un armenio sostiene la calavera de su hijo asesinado en la masacre de Adana.
Niñas armenia sobrevivientes de la masacre de Adana.

Los Jóvenes Turcos tomaron el poder y comenzaron los preparativos del genocidio armenio.

Miembros de la conducción de los Jóvenes Turcos, con Ismail Enver en el centro.

En 1914, las autoridades otomanas habían comenzado una campaña de propaganda para presentar a los armenios que vivían en el imperio otomano como una amenaza para la seguridad de la nación.

En la noche del 23 al 24 de abril de 1915, conocido como el domingo rojo, el gobierno otomano detuvo y encarceló a unos 250 intelectuales armenios y dirigentes comunitarios de la capital otomana, Constantinopla, y más tarde a otros centros, que fueron trasladados a dos centros de detención cerca de Ankara.

Tras la aprobación de la Ley Tehcir el 29 de mayo de 1915, los dirigentes armenios, excepto los pocos que pudieron regresar a Constantinopla, fueron deportados y asesinados de manera gradual.

La fecha del 24 de abril es conmemorada como el día del recuerdo del genocidio por los armenios de todo el mundo.

Armenios ahorcados en las puertas de Haifa.
Armenios deportados por tropas turcas en Kharberd en 1915.
En la foto de fondo aparecen dirigentes armenios en la ciudad de Cesarea, donde nació y se crió mi abuela Lousaper. Luego de la toma de esa foto fueron asesinados.
Rubén Chilingirian (Sevak) fue un poeta, escritor y médico, víctima del genocidio armenio. En 1910 se casó con la alemana Helene Apell de Erfurt, con quien tuvo dos hijos. En esta foto, junto a su esposa a principios del siglo XIX.
Diran Kelekian fue un periodista y profesor armenio en la Universidad de Constantinopla. Editor de dos periódicos, Cihan y Sabah. fue asesinado en el genocidio armenio.

Soghomon Gevorgi Soghomonian, ordenado y más conocido como Komitas, fue un sacerdote armenio, compositor, líder de coro, cantante, etnólogo musical, pedagogo musical y musicólogo.

Es considerado como el fundador de la música clásica armenia moderna.

Nació en 1869 en Kütahya (antiguo imperio ptomano, actual Turquía) y murió el 22 de octubre de 1935 en París.

Komitas.

Célebre por sus viajes extensos por toda la Armenia histórica, donde escuchó y registró los detalles de las canciones populares y danzas armenias en varios pueblos y aldeas, recopiló y publicó unas 3000 canciones, muchas de ellas adaptadas para canto coral.

Komitas perdió la razón después de presenciar el genocidio armenio de 1915.

Las siguientes fotografías, que no tienen epígrafes, muestran a los integrantes de la conducción de los Jóvenes Turcos, autores y ejecutores del genocidio armenio en 2015. Puedes leer sus nombres haciendo doble clic sobre la foto.

Miles de armenios fueron deportados antes, durante y después de 1915 en condiciones infrahumanas a campos de concentración y luego a un desierto en Siria.

Deportaciones de armenios en 1915.
Mapa de las deportaciones que tenían como rumbo final el desierto de Deir ez-Zor, en la actual Siria.
Mis abuelos fueron deportados por esta ruta.

Los niños fueron víctimas de estas deportaciones donde asolaban el hambre y la sed, además de torturas y agresiones físicas y psicológicas.

La cultura violenta del imperio otomano se reflejó en mutilaciones, descuartizamientos, niños y adultos empalados, o rociados con combustible y luego incinerados.

También los armenios deportados fueron usados como cobayos para experimentos médicos.

Las fotografías de la siguiente galería se proyectan en diferentes pantallas en el espacio de mayor profundidad del museo.

La recorrida en las salas previas se hace en sentido descendente hasta llegar a esta sala, la más dolorosa y cruenta del museo que recuerda el primer genocidio del siglo XX.

Quemas masivas, ahogamientos en ríos, uso de veneno y sobredosis de drogas, gas tóxico, inoculación de fiebre tifoidea, fueron algunas de las técnicas empleadas por los turcos para cometer sus masacres.

Huesos y calaveras de armenios quemados vivos en 1915 en la provincia de Mush.

Las mujeres armenias fueron un objetivo especial de los masacradores turcos.

Muchas de ellas que aparecen en la siguiente galería fueron víctimas de tratos inhumanos, abuso y violencia sexual, rapadas y humilladas en público y delante de sus hijos.

Alumnas del colegio Sahakian en Konia, 1910. Sólo Parandzem Palian, sentada en el centro, la inspectora del colegio, y algunas alumnas sobrevivieron al genocidio.
Familias Andreassian y Kiramichian en la ciudad de Marzovan en 1915. Sólo la niña sentada en el centro sobrevivió al genocidio.

Al igual que las mujeres, los niños fueron uno de los focos especial de los genocidas turcos.

Hermanos separados en las deportaciones se reencuentran tres años después en el campamento de refugiados en Der Zor en 1918.

El hambre masacró a miles de niños.

Niño huérfano armenio en la ruta de deportación a Siria.

Las mujeres armenias fueron islamizadas por la fuerza e integradas a los harenes turcos. Para ello, fueron mutiladas y marcadas por los genocidas.

Aurora Mardiganian fue una escritora y actriz armenia, sobreviviente del genocidio.

Hija de una próspera familia armenia que vivía en Çemi?gezek, fue testigo de la muerte de los miembros de su familia y obligada a marchar por 2.200 kilómetros; en el transcurso de esa marcha fue secuestrada y vendida en los mercados de esclavos de Anatolia.

Aurora Mardiganian

Mardiganian huyó a Tiflis, la capital de Georgia, y luego a la ciudad rusa de San Petersburgo, desde donde viajó a Oslo, la capital de Noruega, y emigró finalmente a la ciudad estadounidense de New York.

En la Gran Manzana, conoció a Harvey Gates, un joven guionista que la ayudó a escribir un relato que fue publicado en 1918, considerado en general como sus memorias, titulado «Ravished Armenia».

El relato inspiró un guión cinematográfico para un film producido en 1919, en el que Mardiganian actuó en un papel autobiográfico, y estrenado en la ciudad inglesa de Londres con el título «Subasta de almas».

Mardiganian recordó a 16 jóvenes armenias que fueron crucificadas por sus torturadores turcos. Su película muestra a estas víctimas clavadas a sendas cruces.

Sin embargo 70 años más tarde advirtió al historiador de cine Anthony Slide que la escena era inexacta en términos históricos, y que en realidad se había tratado de empalamientos:

«Los turcos no hacían ese tipo de cruces. Los turcos hacían pequeñas cruces puntiagudas. Le quitaban la ropa a la niñas. Las hacían acostarse, y luego de violarlas, las obligaban a sentarse sobre los palos puntiagudos, a través de la vagina. Esa es la manera en que los turcos mataban. Los norteamericanos lo pusieron de una manera más civilizada. No podían mostrar algo tan terrible».

La prensa se refirió a Mardiganian como la “Juana de Arco de Armenia”, al describir su rol como portavoz de las víctimas del genocidio.

En la década del 20, Mardiganian se casó en la ciudad californiana de Los Ángeles y residió allí hasta su muerte el 6 de febrero de 1994.

En su honor se estableció el premio Aurora, un galardón que se otorga en nombre de los sobrevivientes del genocidio armenio en gratitud a los salvadores.

El premio se entrega cada 24 de abril en Ereván a individuos cuyas acciones hayan tenido un impacto excepcional en la preservación de vidas humanas e impulsen causas humanitarias.

Hubo testigos directos de países occidentales en el genocidio armenio, entre ellos diplomáticos, soldados, misioneros cristianos y exploradores.

Además, las comunicaciones y reportes de diplomáticos estadounidenses y alemanes registran información valiosa acerca de la política turca para arrasar la presencia armenia en Anatolia.

Alma Johansson fue una misionera sueca que trabajó en el imperio otomano a principios del siglo XX.

En 1901, la Sociedad Misionera de mujeres suecas envió a Johansson a Mush (Armenia occidental), donde permaneció hasta diciembre de 1915.

Alma Johansson.

Trabajó en un orfanato alemán para niños armenios. Al estallar la Primera Guerra Mundial, las atrocidades contra las minorías cristianas del imperio aumentaron y se convirtió en testigo presencial de estos crímenes contra la humanidad.

Escribió sobre sus experiencias en un libro titulado «Un pueblo en el exilio: Un año en la vida de los armenios», publicado en 1930.

Alma contó cómo las mujeres tomaban veneno para que no fueran capturadas por los turcos, y cómo los soldados transportaban a mujeres y niños sangrientos y heridos a través de la ciudad mientras que otros soldados les disparaban solo para asustarlos.

Cuando los heridos caían al suelo, los soldados los golpeaban con los extremos de sus rifles.

«Nunca podré olvidar la vista. ¡Y nada podrías hacer por ellos!», escribió.

Alma dio información sobre cómo los niños del orfanato fueron entregados a un oficial turco y luego trasladados a un edificio en las afueras de la ciudad donde todos fueron asesinados.

En 1923, se mudó a Salónica y estableció una fábrica para más de 200 mujeres refugiadas armenias.

También fundó un jardín de infantes y una escuela primaria armenias en Charilaos (Grecia).

Henry Barby fue un periodista francés que recorrió Armenia durante parte del genocidio. A su regreso a Francia, escribió un libro, «El martirio armenio», en el cual afirmó:

«He aquí las cifras, cuya elocuencia exime de comentarios: de los 18.000 habitantes armenios con que contaba la ciudad de Erzerum antes de la guerra, cuando los rusos entraron a la ciudad habían quedado vivas 120 personas, en su gran mayoría mujeres y niños, y sólo dos varones».

En las deportaciones, según refirió, fueron cayendo los débiles, los agotados, los consumidos por el hambre.

«Allí en los caminos ya comienza la masacre. Aparecen nuevos turcos que se lanzan como lobos sobre los individuos inermes. Se llevan consigo a las mujeres y jóvenes de rostro broncíneo claro y de ojos grandes y tristes… A todas las restantes que estaban agotadas, no tenían belleza ni juventud, las masacraban».

Un tiempo después de las principales masacres cometidas en 1915, la prensa occidental comenzó a publicar reportes sobre el genocidio.

Mientras tanto, el régimen turco destruyó templos y edificios armenios.

En la foto superior, tomada en 1912, un templo en Bagrevand construido entre 631 y 639. La foto inferior fue tomada en 2008.
En la foto superior, tomada a principios del siglo XX, el monasterio con cinco templos construidos entre los siglos IX y XI en Khtskonk. La foto inferior fue tomada en el año 2000.

Misioneros cristianos suizos, escandinavos y estadounidenses socorrieron a miles de niños huérfanos por el genocidio, entre ellos mi abuelo Aram.

En el museo se reconoce el testimonio de estos misioneros, en su mayoría mujeres. Puedes leer sus historias haciendo doble clic sobre la foto siguiente.

A la salida de la última sala, cuando la penumbra literal y espiritual de las anteriores secciones quedaban abajo y atrás, hay escrita en una pared una frase que me dejó sin aliento:

«¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?»

La frase, pronunciada por Adolf Hitler el 22 de agosto de 1939, aludía a la inminente campaña nazi sobre Polonia y anunciaba la dimensión genocida de la política de guerra del nacionalsocialismo alemán, culminada con la Shoah, para la cual se inspiró en el genocidio armenio, que aún hoy Turquía se niega a reconocer y reparar.

Salí al patio seco del museo donde está la mayor parte del jachkar que te mostré al inicio de este relato.

El sol y el aire limpio me reanimaron y ascendí por la escalera al nivel donde está el memorial que recuerda a las víctimas.

Fui a la muralla que recuerda las ciudades donde se cometieron los crímenes y de donde fueron deportados mis abuelos y encontré el nombre de la ciudad a la que le debo mi nombre.

Volví a llorar en silencio, conmovido por el destino que sufrieron mis antepasados.

Regresé la mirada al museo, así se ve desde la explanada.

Caminé al memorial, una especie de fortaleza, y a la estela. Ya era el mediodía y no había sombras.

Desde el lugar se observa con claridad el monte Ararat, el mayor símbolo de Armenia, que está en territorio dominado por Turquía.

Todo estaba iluminado por el sol, al igual que mi memoria y mi espíritu, luego de conocer la tragedia que sufrió el pueblo de mis antepasados.

Reafirmé entonces en mi mente y en mis labios lo siguiente:

Recuerdo y exijo justicia para mis antepasados y el millón y medio de personas masacradas en el genocidio armenio.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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