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Leemos e intercambiamos a diario ideas sobre la impronta de las empresas que están en la transición hacia lo digital, ofreciendo nuevos productos y servicios a partir de una nueva propuesta de valor soportada por tecnología digital.

No es lo mismo una empresa que nace digital que una tradicional, la segunda corre esta maratón con muchas desventajas.

Una cosa es clara: todas las compañías compiten por liderar la transformación digital y presionan por obtener soluciones cada vez más innovadoras y en menos tiempo.

Esta realidad fuerza a los equipos de tecnología a tomar “el camino corto” en lo que hace a decisiones de diseño arquitectural y también en la manera de producir y entregar soluciones.

Esta modalidad de trabajo produce un silencioso e invisible costo acumulado conocido como “deuda técnica”.

Se trata del costo que una organización y/o equipo de trabajo deberá pagar como consecuencia de tomar decisiones técnicas para soluciones de corto plazo pero que en el largo implicaran costos de un nuevo trabajo y mala calidad.

La deuda técnica no es mala por necesidad si se es consciente de la decisión que se toma y del costo que se asumirá, pero sobre todo si se cuenta con capacidad para gestionarla en forma adecuada.

Hay deuda técnica de requerimientos, de arquitectura, código, «testing» y también del proceso.

Deuda técnica se toma en cualquier ciclo de desarrollo tanto sea tradicional o ágil.

Las organizaciones tradicionales que acumulan años de llevar sus negocios con aplicaciones legadas, con diseños que no se mantienen y con código poco documentado viven aplicando modificaciones que en la mayoría de los casos generan deuda técnica que se traduce en problemas de despliegue de aplicaciones, calidad y satisfacción del cliente.

En este escenario cuando se intenta instalar una plataforma digital, la empresa enfrenta problemas para integrarla a la maraña de aplicaciones legadas, datos duplicados y cientos de interfaces que comunican de manera poco eficiente cientos de sistemas.

El costo de toda esta deuda técnica es la lentitud con que se ejecuta el proceso de transformación.

Se suele decir que las empresas tradicionales no entienden lo que significa ir hacia lo digital y mucho menos mejorar la experiencia de sus clientes.

En lo personal, no creo que sea tan así, sino que el contexto de estas compañías es un inhibidor que impide una dinámica acorde a las demandas del negocio y del mercado.

Este es un problema reconocido en los niveles directivos de una empresa, no solo es preocupación del director de informática (CIO, sigla en inglés).

Una encuesta de Accenture, difundida por el SLOAN Institute en 2018, dice que el 70% de los niveles C reconocen que la deuda técnica es un impedimento importante para acelerar innovaciones en tecnologías de la información (TI); un 72% reconoce que limita las posibilidades de migrar a nueva tecnología; y un 69% siente que la deuda técnica impide el alineamiento entre TI y las necesidades del negocio.

También es interesante ver que el 67% de los ejecutivos ven con buenos ojos el reemplazo de sus sistemas legados; pero un 70% los quiere mantener tanto tiempo como sea posible, (algo así como más vale malo conocido que bueno por conocer) y hay un 50% que considera que pueden aprovechar lo mejor de los dos mundos.

En otras palabras, lo que los líderes quieren es disfrutar de todos los beneficios de las tecnologías de la información, adaptarse con rapidez a las nuevas situaciones y al mismo tiempo mantener el funcionamiento de sus sistemas heredados.

Hay una manera para que las empresas tradicionales tengan lo mejor de ambos mundos, y creen una arquitectura de TI escalable, flexible y resistente. A esta solución se la podría llamar “desacoplamiento digital”.

Para llevar adelante estas ideas de “desacoplamiento” hay algunas buenas prácticas que pueden ayudar: como definir cuál es la nueva propuesta de valor que justifica la transformación digital del negocio; evaluar la arquitectura actual, para determinar el mejor camino para llegar a su destino; identificar los componentes críticos que debería desacoplar y un modelo de referencia para la integración de los nuevos componentes; diseñar una hoja de ruta para implantar su nueva arquitectura; desacoplar los datos maestros de los sistemas legados y las aplicaciones de la infraestructura legada, en otras palabras “moverse a la nube”.

Esto le permitirá escalar a bajo costo y pagar por lo que realmente consume de procesamiento y le facilitará la integración con su plataforma digital; desacoplar un equipo de trabajo para crear una factoría digital, de manera de crear un ambiente multidisciplinario; por último, definir un mecanismo que permita que el resto de la organización de TI también pueda participar en algunas actividades en esta “fábrica digital”, de esta manera evitará frustraciones y/o falta de motivación.

Para que la transformación funcione el esfuerzo debe ser mejor aprovechado y no caer en el engaño de soluciones mágicas.

Este tipo de desafíos se resuelven con gestión, sólida ingeniería y equipos de trabajo bien integrados y motivados.

Alejandro Bianchi

Presidente de Liveware.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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