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Soy hincha de River Plate, el club más grande de la Argentina y del cual me siento orgulloso, en especial luego de la derrota en la final de la edición 2019 de la Copa Libertadores de América, disputada el 23 de noviembre en el estadio Monumental de Lima, Perú.

Orgulloso sobre todo por por la entrega de estos jugadores y cuerpo técnico, conducido por Marcelo Gallardo, y por la dignidad que expresaron luego del resultado adverso.

Mi amigo, compañero y colega Ariel Scher publicó el siguiente texto luego del partido, en su página en Facebook «Deporte y literatura«, que comparto porque refleja muy bien lo que siento y pienso en estas horas:

En junio de 1981, cuando la Argentina soportaba el invierno del invierno y el invierno de la más podrida de las podridas dictaduras, el maestro Alejandro Dolina publicó en la revista Humor una nota titulada «Elogio de la tristeza». «Somos tristes con la tristeza que -según Unamuno- es el precio de la vida conciente», anotó en una de las muchas líneas en las que reivindicó la dignidad de montones de tristezas.

En mayo del 2010, cuando su Rosario Central descendió, el maestro Adrián Abonizio iluminó cualquier sombra en un texto al que bautizó «Elogio de la derrota». «Ser derrotado implica que se ha combatido: contra el fuego de las armas y la niebla de la conciencia. Idiota aquel que no ha sido derrotado y mantiene una amatoria ilusión con el triunfalismo», avisó en el comienzo de esa maravillosa certificación de que perder tiene que ver con mil cuestiones y, sobre todo, con existir.

Todo esto lo saben los muchachos y las muchachas de cada cancha que desembocaron en la tristeza y en la derrota por ir con nobleza en busca de la alegría y de la victoria. Lo saben, inclusive, a pesar de que la opinología mediática pretenda arruinar corazones y cabezas edificando shows berretas arriba de esas tristezas y de esas derrotas. Y de que esa misma opinología haya superpoblado al fútbol de algo que tal vez un día volverá a llamarse estupidez. Es que esos muchachos y esas muchachas saben que hay tristezas y hay derrotas a las que las habita algo que se llama honor. Y ese algo, también en la tristeza y también en la derrota, lo tuvo este equipo de River.

El fútbol, además, sólo le concede la posibilidad de la tristeza y de la derrota a los que intentan el sueño de la alegría y de la victoria. «Sufrir y llorar significa vivir» sentenció el maestro ruso Fiódor Dostoyevski, experto en tristezas y en derrotas, en una de sus frases más citadas y más sencillas. Acaso en este sábado, atento a la tristeza y a la derrota que brotaron desde un césped peruano, desempolvaría su pluma para escribir esas palabras una vez más.

Estar triste y estar derrotado, o sea estar como ahora están River y los de River luego de que una final bien jugada se les escurriera como pasa con algunos amores y con todas las aguas, dibuja una lastimadura que cicatrizará según la piel de cada uno pero seguro cicatrizará. El fútbol, ese escenario humano cuya capacidad de asombrar es más grande que la cantidad de mugres y de mugrientos que hace rato le escupen la sangre, a veces arrima glorias en medio del abismo y otras veces trae desconsuelos cuando la felicidad espera a dos centímetros o a cinco minutos. Debe ser ese uno de los motivos por los que todavía nos gusta mucho.

Y debe ser también ese el motivo por el que tantas y tantos que muy seguido experimentamos la tristeza y la derrota pero igual no nos rendimos nos conmovemos con el fútbol y lo encontramos bastante parecido a la vida.

La fotografía inicial de esta nota fue publicada en el perfil oficial de River en Twitter:

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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