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Neil Peart, el baterista y letrista de la banda canadiense Rush, murió el 7 de enero de 2020 a los 67 años, víctima de un cáncer cerebral. Después de John Bonham, el baterista de la banda inglesa Led Zeppelin, Peart fue el mejor y más influyente baterista del rock. Y desde hace unos cinco años, fue como un pariente mío, muy lejano pero al mismo tiempo cercano en el dolor.

Una aclaración: esta nota tiene dos partes, la primera referida a la carrera de Peart, y la segunda a mi vínculo con él. Si no te interesa mucho el perfil musical, puedes ir directamente a la segunda parte.

Neil Peart: el baterista de los bateristas

«Neil Peart tenía las manos de Dios».

Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters.

El estilo de Peart fue preciso y rindió homenaje a su héroe, Keith Moon, el baterista de The Who, aunque amplió las posibilidades técnicas e imaginativas de su instrumento.

Sus largos solos de batería, cuidadosamente construidos y llenos de drama, fueron lo más destacado de cada concierto de Rush, banda que integró junto a sus dos fundadores: el guitarrista Alex Lifeson y el bajista y cantante Geddy Lee.

 

Autodidacta riguroso, Peart también fue autor de varios libros, comenzando con The Masked Rider: Cycling in West Africa, de 1996, que relató una gira en bicicleta de 1988 en Camerún.

Peart nunca dejó de creer en las posibilidades del rock («un regalo más allá del precio», lo llamó en una de las canciones más difundidas de Rush, The Spirit of Radio) y despreciaba lo que veía como una sobrecomercialización de la industria de la música.

Peart era el baterista de un baterista, amado por sus compañeros; ganó 38 premios en la encuesta anual de lectores de Modern Drummer, sí, 38 veces, y fue una influencia formativa en innumerables músicos jóvenes.

«Su poder, precisión y composición eran incomparables», dijo Dave Grohl, el líder de Foo Fighters y baterista de Nirvana en un comunicado publicado el el 10 de enero. «Fue llamado ‘El Profesor’ por una razón: todos aprendimos de él», afirmó Grohl.

Siempre sospechoso del mundo del espectáculo, Peart pasaba gran parte de su tiempo de inactividad entre giras y grabaciones enterrado en una pila de libros.

En los últimos años de actividad, evitó la rutina de gira habitual viajando de concierto en concierto en motocicleta. Por ejemplo, viajó a Chile en su moto cruzando la Cordillera de los Andes.

En la década del 90, cuando muchos de sus fanáticos ya lo consideraban el mejor baterista de rock del mundo, Peart comenzó a tomar lecciones con Freddie Gruber, un baterista de jazz y un notable instructor de batería.

Peart le dio crédito a Gruber, y a otro maestro, Peter Erskine, de la banda Weather Report, por ayudarlo a recrear su técnica y sentido del tiempo desde cero, lo que lo llevó a un enfoque más fluido y un ritmo más profundo.

En sus 40 años con Rush, Peart mostró un camino alternativo para la batería de rock, basado en la disciplina y la artesanía en lugar del abandono crudo.

«Subdivisions», una de las canciones más queridas de Rush, es también una de las más simples. El insistente riff de sintetizador de Geddy Lee le da a la pista, un favorito de los fanáticos del disco Signals de 1982, una calidad apagada, casi de dron.

Entonces, es posible que lo escuches 100 veces antes de darte cuenta de lo que está sucediendo justo debajo de la superficie: que Peart, el supergenio de un baterista brillantemente obsesivo de la banda, se ha tomado la molestia de crear una parte de batería diferente para cada verso.

Te sugiero escucharla a continuación y luego volver a escucharla leyendo el siguiente análisis:

 

Empieza la primera estrofa con un humilde latido. Luego, cambia a un patrón más ocupado, más desigual que casi parece tropezar.

La segunda estrofa comienza con un pulso de bombo de cuatro contra cuatro, luego se mueve a un ritmo diabólicamente sincopado y extrañamente funky.

Las variaciones continúan desde allí: la estrofa tres presenta un patrón estrecho interrumpido por un relleno extraño y sobresaliente, mientras que la estrofa cuatro galopa lejos y triunfante.

La letra de esta canción fue escrita, como las de casi todas las canciones de Rush a partir de 1975, por el propio Peart, un detallista, que se puede apreciar en ese relleno monstruoso en medio de Tom Sawyer, cuando toma un desvío de microsegundos de sus innumerables tom-toms para golpear un acento de platillos poco convencional.

O en lo que parece un simple surco de rock en Animate, de 1993, mueve su palo derecho desde el exterior hacia el interior del platillo con cada nota, creando un cambio sutil en la textura.

Cuando Peart grabó su primer álbum con Rush en 1975, las piedras angulares de la batería de rock moderno se habían establecido con firmeza, principalmente por jugadores británicos.

Para un aspirante a baterista, como era yo a fines de la décaca del 70, había muchas maneras de empezar: cavar en un ritmo complaciente como Ringo Starr o Charlie Watts; o pisotear alegremente todo como Keith Moon; o canalizar la fluidez como Ginger Baker o Ian Paice; o marcar tanto el músculo como el funk, como Bonham; o conciliar con estilo técnico y ritmo como mis admirados Phil Collins y Bill Bruford; o ahogarse en el barroquismo de Carl Palmer.

Tan diferentes como eran, una cosa que todos estos bateristas tenían en común era una soltura fundamental detrás de la batería. Todos, a su manera, se balancearon con fuerza.

Peart era diferente. Al verlo con la banda en los primeros días, como en el clip de Anthem, parecía serio y decidido, casi sombrío.

Idolatraba a Moon, pero en términos de enfoque, sus filosofías básicas de batería, los dos podrían haber estado tocando instrumentos diferentes.

Peart no trataba de abrirse camino a través de la música; su enfoque fue lograr que todo fuera perfecto con anticipación y ejecutar partes preescritas, esencialmente inmutables con estilo y excelencia, casi más como un percusionista clásico.

Durante las últimas dos décadas de Peart como baterista activo, parecía hacer todo lo posible para expandir sus horizontes de batería, profundizando en la música de Buddy Rich y reconstruyendo su técnica desde cero con la ayuda del citado Gruber.

Si eres baterista puedes detectar algo de aire y elasticidad adicionales en sus golpes en la excelente y subestimada Test of Echo, de 1997.

En Clockwork Angels, el último disco de Rush y la primera vez que hicieron un álbum conceptual de principio a fin, Peart reservó la mayor parte de su obsesión por la historia que contaban las canciones.

Quizás esa fue la causa por la que su batería se despejara en el momento exacto en que su escritura comenzó a abordar la emoción humana directamente, sin una capa adicional de ciencia ficción.

Para muchos, tocar música rock se trata de renunciar al control, abrazar el caos; su rebelión depende de alguna combinación de sudor, espontaneidad y sexualidad cruda.

Pero esa no era la forma de Peart, quien encontró su lugar en el rock & roll, paradójicamente, en medio de la organización y el orden.

Sus construcciones rítmicas fueron magníficamente elaboradas y de su propia creación, diseñadas para adaptarse a los contornos emocionales de las canciones que él mismo tuvo que escribir.

Lazos personales con Neil Peart

Escuché por primera vez a Peart en 1980, en la casa paterna de uno de mis amigos del alma, Luis María Di Filippo, quien me enseñó los rudimentos de la batería y la percusión.

Luis María era y es fanático de Peart, en especial de sus redobles con aceleramiento y rellenos en los tambores superiores de la batería, su manejo preciso del bombo y la sutileza del hit hat.

No hice caso a las recomendaciones de Luis María en esa época para que escuchara a Rush.

Yo era fanático de Emerson, Lake & Palmer, un trío cuyo baterista, Carl Palmer, era también virtuoso aunque megalómano, barroquista y sobrecargado.

Un poco de contexto, en especial para los lectores más jóvenes: transcurrían los últimos años de la década del 70 y los primeros de la década del 80.

No existía Internet como la conocemos hoy, y la música se escuchaba en discos de vinilo y/o en casetes.

Recién en 1980 mi familia pudo comprar un radiograbador, que suplantó al querido grabador portátil de mi padre.

También teníamos un combinado, un aparato grande y elegante con una bandeja tocadiscos, cuyas púas gastaba a destajo.

Por lo tanto, la música circulaba en forma artesanal: los discos se compraban o prestaban y se devolvían como reliquias o se grababan en casetes vírgenes o regrabados.

Estas limitaciones para conocer nueva música, sumada a la necesidad típica de un adolescente de desarrollar su perfil propio, me llevaron a descartar a Rush, salvo audiciones ocasionales, en estas cuatro décadas, de Moving Pictures, su disco de 1981 y el más vendido de la banda.

En esos tiempos adolescentes inicié una costumbre que mantengo hoy cuatro décadas después: escucho una decena de veces como mínimo para aprehender (sí, con h) la música hasta conocerla de memoria.

En 2014, cuando cumplí 50 años, hice una lista mental de músicos que se merecían esa recorrida intensa de su carrera. Entre ellos estaba Rush.

Gracias a plataformas como YouTube y Spotify empecé a escuchar en forma desordenada los discos de Peart y sus socios.

La obra de este trío de rock nacido en Canadá es muy extensa. Su primer disco, sin Peart, es de 1974. Fueron desde el heavy metal y el blues, al hard rock y el rock progresivo. En 2015 realizaron su última gira.

Nunca pude escucharlos en vivo… Su único recital en Buenos Aires fue el 15 de octubre de 2010 en GEBA, el club donde iba de niño a las colonias de verano…

En este lustro desde 2015 me aprendí de memoria casi toda su discografía. Pero esa admiración por el talento polirritmico de Peart transmutó en cierta hermandad en la tragedia y el dolor.

Mientras escuchaba sus discos, leía análisis de sus discos en un sitio increíble, Rush Vault, y al empezar la audición de Vapor Trails, un disco lanzado en 2002 luego de seis años sin grabaciones en estudio, me enteré acerca la tragedia que vivió Peart entre 1997 y 1998.

El 10 de agosto de 1997, Selena, la hija de 19 años de Peart, murió en un accidente automovilístico en un viaje a su universidad en la ciudad de Toronto.

Cinco meses después, a Jackie Taylor, la madre de Selena y la esposa de Peart durante 23 años, le diagnosticaron cáncer terminal y sucumbió rápidamente, a 10 meses de la muerte de la joven.

Destrozado por la tragedia de la hija y el fallecimiento de su esposa, Peart les dijo a sus compañeros de banda que lo consideraran retirado, y se embarcó en un solitario viaje en motocicleta por durante dos años por casi toda Norteamérica (unos 88.000 km), desde Alaska hasta Belice.

En el año 2000 se casó con Carrie Nuttal y en 2001 se reintegró al grupo con Lifeson y Lee, quienes lo ayudaron y respetaron como excelentes compañeros de duelo.

En 2002 lanzaron Vapor Trails, luego de 14 meses de grabaciones. Un disco muy crudo, con guitarras, bajo y batería pero sin teclados, tan crudo que estaba mal producido y mezclado, un problema que el técnico David Bottrill mejoró con una nueva mezcla 11 años después.

En 2009, Peart fue padre de Olivia, su segunda hija. En 2015 se retiró definitivamente por causa de una tendinitis.

Al conocer la historia de sus tragedias, similar a mi experiencia con la muerte de mi primera hija, María, en 2008 a los 17 años, también en un accidente de tránsito, comencé a leer y analizar las letras de Vapor Trails, en las que encontré rastros de ese duelo parecido (no hay dos idénticos en ningún caso) y profundo que ambos pasamos.

Por ejemplo, una de mis canciones preferidas de ese álbum es Secret Touch, que evoca esta idea: luego de una tragedia inesperada en la vida, pierdes la sincronización con los ritmos del mundo que te rodea y tu cicatriz permanece contigo, como un toque secreto en el corazón, mientras intentas vivir y amar de nuevo.

A continuación, la letra de Secret Touch:

The way out
Is the way in
The way out
Is the way in . . .

Out of touch
With the weather and the wind direction
With the sunrise
And the phases of the moon
Out of touch
With life in the land of the loving
With the living night
And the darkness at high noon

You can never break the chain
There is never love without pain
A gentle hand, a secret touch on the heart

Out of sync
With the rhythm of my own reactions
With the things that last
And the things that come apart
Out of sync
With love in the land of the living
A gentle hand, a secret touch on the heart

A healing hand, a secret touch on the heart

There is never love without pain
Life is a power that remains

The Garden es la última canción del último disco que Rush grabó en estudio, el citado Clockwork Angels.

Con letra escrita por Peart, la canción funciona muy bien como un cierre, el capítulo final de la historia, con una nota de violonchelo al final que es muy conmovedora.

La letra de esta canción termina así:

The treasure of a life is a measure of love and respect
The way you live, the gifts that you give
In the fullness of time
It’s the only return that you expect
The future disappears into memory
With only a moment between
Forever dwells in that moment
Hope is what remains to be seen

Finalizo con las siguientes citas de dos admiradores de Peart:

«¡Gracias por lo que hiciste por los bateristas de todo el mundo con tu pasión, tu enfoque, tus principios y tu inquebrantable compromiso con el instrumento!»

Lars Ulrich, baterista de Metallica.

«Gracias, Neil, por hacer de nuestras vidas un lugar mejor con tu música. Será siempre recordado y profundamente extrañado por todos nosotros. Y mi más sentido pésame a la familia Rush. Dios bendiga a Neil Peart».

Dave Grohl

Adhiero a estas palabras, y agrego:

Gracias, Neil, por tu toque secreto. Descansa ahora en tu jardín.


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César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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