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Los tres primeros nombres propios del título encarnan ejemplos de valor y dignidad en medio de una pesadilla de horror y muerte que los armenios y sus descendientes vivimos desde el 27 de septiembre de 2020, un sueño negro que el 10 de noviembre culminó en Artsaj y derivó en otra fase de nuestra lucha por sobrevivir ante el odio de sus enemigos.

Un contexto necesario antes de referirme a esas protagonistas: Azerbaiyán, apoyado por Turquía y con armamento vendido por Israel y con mercenarios guerrilleros sirios y libios, inició a fines del noveno mes de este año una guerra contra Artsaj y Armenia, en el Cáucaso sur.

Luego de seis semanas donde no cesaron los bombardeos y ataques a poblaciones civiles indefensas en Artsakh (la república que se encuentra en la ex región soviética de Nagorno Karabaj), Armenia, Azerbaiján y Rusia anunciaron un cese del fuego que comenzó a regir este 10 de noviembre.

El trato convalidó las pérdidas territoriales de Artsaj y Armenia en el conflicto, en el que debieron enfrentar en inferioridad de condiciones a una alianza agresora encabezada por el país de la región que más gastó en armamento: Azerbaiján, que desembolsó 24.000 millones de dólares en los últimos 10 años, frente a los 4.700 millones de dólares de Armenia, de acuerdo al Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo.

Esa alianza contó con el soporte militar, económico y diplomático de Turquía, uno de los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con más gasto militar, que contrató y movilizó a mercenarios terroristas sirios y libios.

Azerbaiyán contó con armamento de última generación vendido por Israel, cuyo Estado nunca reconoció el genocidio armenio, pese a que en él se inspiró el nazismo para cometer el holocausto judío.

Además de las miles de víctimas (según el líder ruso Vladimir Putin, los muertos por esta guerra superarían las 5.000 personas), al menos 100 mil personas que vivían en Artsaj debieron emigrar de manera forzada a Armenia.

La barbarie azerí no respetó en sus ataques ni siquiera a templos y monumentos históricos donde no había presencia militar.

Además, hay denuncias de crímenes de guerra cometidos por militares azeríes y mercenarios sobre prisioneros de guerra de Artsaj y Armenia.

Azerbaiyán y Turquía aprovecharon la pandemia del coronavirus, y la pasividad e indiferencia internacional para lanzar esta guerra, además de errores de la diplomacia y la dirigencia política armenia de las últimas décadas.

Detrás de este conflicto del siglo XXI se yergue, un siglo después, la sombra del genocidio armenio cometido por Turquía y aún impune, en el que murieron un millón y medio de personas, entre ellos las familias de mis abuelos Aram y Lousaper Dergarabedian.

Desde el 27 de septiembre mis días pasan con la atención en modo bifronte: por un lado, en mi país natal, la Argentina, donde resido y trabajo.

Por el otro lado, en Armenia y muy especialmente en Artsaj, donde estuve en octubre de 2018 junto a mi hija Agustina.

A través de redes sociales y algunos sitios web especializados configuré mi propio esquema de fuentes para seguir a la distancia el conflicto, mientras participaba en la mayoría de las movilizaciones de la comunidad armenia en Buenos Aires, como puedes leer en estas notas que publiqué en Bahía César.

Busqué fuentes argentinas en el lugar, de periodistas con experiencia en la zona y analistas de política internacional, pero también a voces locales en Artsaj.

Anush

Una de esas fuentes de Artsakh es Anush Ghavalyan, cientista política nacida en la región de Talish, en el noreste de ese país, y ex secretaria de prensa de la presidencia de la Asamblea Nacional de Artsakh.

De 32 años, Anush relató desde Stepanakert, la capital de Artsaj y, posiblemente, la ciudad más bombardeada del mundo en lo que va de este 2020, como se vivió este tiempo de odio desatado por Azerbaiyán.

Después del anuncio del cese del fuego, Anush resumió en el siguiente mensaje en Twitter el pensamiento y el sentimiento de millones de armenios en el mundo.

Lika

Otra de esas fuentes desde el lugar de los hechos es la colega Lika Zakaryan, también cientista política y cronista del diario digital armenio CivilNet.

Con apenas 26 años, esta reportera ya tiene dos guerras encima. La primera fue cuando nació en febrero de 1994, mientras culminaba la guerra por Nagorno Karabaj, en la que murieron unas 30.000 personas.

Gracias a ese conflicto bélico, los armenios recuperaron el control pleno de Artsaj, un territorio donde viven desde hace siglos.

Durante las primeras semanas de la guerra de 2020, la familia y los seres queridos de Lika le rogaron que abandonara Stepanakert, donde nació y se crió. Pero ella se quedó para dar cuenta de la barbarie azerí.

Una semana antes del cese del fuego, Lika obedeció una orden de evacuación estatal y se vio obligada a irse, aunque planeaba regresar.

Resistió el estatus de refugiada todo el tiempo que pudo, pero con el acuerdo alcanzado entre Armenia, Rusia y Azerbaiyán, su destino es el mismo de de los miles de refugiados desplazados por la guerra.

La mamá de Lika trabajaba en el hospital de Stepanakert, que fue bombardeado por Azerbaiyán.

Su padre y su hermano fueron al frente de guerra y un primo fue capturado por las fuerzas azeríes, y quien aún no se sabía nada.

En sus perfiles en Twitter e Instagram y en especial en su canal de Telegram, Lika registra un diario de guerra en primera persona atravesado por el dolor generado por el odio y al que se suma ahora la emigración forzada.

En las siguientes palabras de Lika, publicadas el 10 de noviembre de 2020, aparecen reflejados los relatos que me compartió en mi niñez, adolescencia y juventud mi abuela Lousaper, quien debió escapar junto a su familia de la ciudad de Cesarea (a la cual debo mi nombre, soy su primer nieto):

«¿Quién soy? ¿De que país soy ciudadano? ¿Donde viviré? De ahora en adelante no tengo respuestas a estas preguntas. (…) Todo el día de hoy me siento desolada por el pensamiento de que no parezco pertenecer a nada… (…)

Soy tan refugiada sin hogar como, digamos, los niños de (las ciudades) Hadrut o Shushí. Todos hemos perdido nuestro hogar y nuestra paz. En cuanto a mí, no podemos vivir en paz en Stepanakert si Shushí les pertenece. Y estas no son palabras pretenciosas, esta es la realidad. Es posible cometer un genocidio en Stepanakert de la noche a la mañana, y el mundo solo publicará declaraciones que pidan a ambos lados para encontrar un lenguaje común. Mientras tanto, un lado ya no existirá. Nada ha cambiado desde ayer. Seguimos siendo personas invisibles y sin hogar».

Lika recordó que fue criada por su abuela:

«Ella era mi mamá, papá, abuela y amiga. Ella lo era todo para mí. Cuando murió, no derramé una lágrima durante tres días. No pude aceptar. Pero al tercer día, cuando fue enterrada, cuando vi el ataúd, y ella, mi más amada, en él, casi pierdo la cabeza … Creo que es lo mismo ahora. Cuando regrese, lo veré todo con mis propios ojos, solo entonces me daré cuenta y creeré …»

Shushí

Shushí es la capital cultural de Artsaj. La captura de esta ciudad el 5 de noviembre por parte de las fuerzas de Azerbaiyán aceleró las negociaciones por el cese del fuego vigente al publicarse esta nota.

En esta ciudad emplazada en una meseta de difícil acceso que la convierte en una fortaleza natural desde la que se puede controlar la capital de Artsaj hay una fortaleza de la época medieval, en la cual me tomé la siguiente autofoto el 4 de octubre de 2018.

Junto a Agustina recorrí esa hermosa ciudad, acorde a la dulzura de su nombre, que mostraba aún los graves daños ocasionados por la guerra de la década del 90 del siglo pasado.

Desde el 27 de septiembre, cuando comenzó la agresión de Azerbaiján, regresé a través de mis fotos y los videos a esas calles, avenidas, ciudades, pueblos, templos, monasterios y paisajes de Artsaj, y en especial a las personas que vivían en esas tierras y que un siglo después del genocidio reencarnan un atroz proceso similar.

A través de Anush, Lika y de otras fuentes me horroricé al ver cómo muchos de esos lugares fueron destruidos por el odio azerí y turco.

Pero no permití ni permito que ese horror paralicé mi reclamo de justicia ante estos crímenes y de paz para miles de armenios.

Expreso mis respetos y gratitud a quienes ofrendaron su vida en la lucha para defender estas tierras armenias y a Anush y Lika por su valor, heroísmo y dignidad.

Como sucedió en tantas otras instancias similares en nuestra historia, los armenios nos levantaremos y seguiremos adelante, pese al odio de los enemigos.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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