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La irrupción de generadores de imágenes basados en inteligencia artificial (IA) como el de ChatGPT, capaces de emular estilos artísticos reconocibles, ha desatado un intenso debate en los ámbitos jurídico y ético.

Más allá de su viralización, esta tecnología plantea profundas interrogantes sobre los derechos de autor, la competencia desleal, la banalización del arte y el extractivismo cultural.

Actualmente, algunas plataformas de inteligencia artificial utilizan obras protegidas para entrenar sus modelos sin compensar a los creadores, mientras otras exploran mecanismos de remuneración.

La discusión se centra en si esto constituye una apropiación indebida o una nueva forma de generar riqueza compartida. Las futuras regulaciones en la Unión Europea y Estados Unidos serán clave para definir el rumbo de este sector.

Expertos de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) analizan las implicaciones legales de la copia masiva de estilos visuales y advierten, desde el ámbito artístico, sobre la banalización cultural y la estandarización estética impulsada por la inteligencia artificial.

Copiar sin copiar: el desafío legal de proteger un estilo

Aunque el estilo visual no está directamente protegido por los derechos de autor en España ni en la UE, un conjunto de rasgos estéticos tan identificables como una «firma visual» puede gozar de protección indirecta.

Begoña González Otero, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC, explica que la ley protege esta identidad para evitar que otras empresas se beneficien de su fama y confundan al público.

Desde el punto de vista jurídico, el uso masivo del estilo de Studio Ghibli por parte de plataformas de inteligencia artificial podría dar lugar a reclamaciones por competencia desleal y apropiación de identidad artística.

González Otero subraya que copiar masivamente un estilo tan asociado a un autor o estudio puede ser ilegal, incluso sin copiar una obra concreta.

El artículo 6 de la Ley de Competencia Desleal (LCD) considera ilícita la inducción a confusión o la explotación de la reputación ajena. Además, existe un riesgo de dilución de marca no registrada si el estilo es distintivo y conocido.

La situación varía según quién genere las imágenes. Si son plataformas o empresas que utilizan estilos reconocibles para entrenar o producir contenidos que compiten en el mercado, existe un claro riesgo de aprovechamiento indebido.

Sin embargo, para usuarios particulares que crean imágenes de uso privado, cualquier acción directa sería desproporcionada, según la Directiva 2004/48/CE.

La Digital Services Act (DSA) impone nuevas obligaciones a ciertas plataformas de inteligencia artificial que actúan como intermediarias, permitiendo a los usuarios generar, compartir o difundir contenidos en línea.

La DSA, que amplía el marco de la Directiva sobre el comercio electrónico, exige a estas plataformas actuar con diligencia ante contenidos ilegales, ser más transparentes y proteger mejor los derechos de los usuarios.

Si una plataforma supera los 45 millones de usuarios en la UE, se considera una «very large online platform» (VLOP) y debe cumplir requisitos adicionales, como evaluaciones de riesgos sistémicos.

Si una plataforma no solo aloja contenido de terceros, sino que lo utiliza para reentrenar sus propios modelos, deja de ser un simple intermediario y asume responsabilidad directa, lo que puede acarrear consecuencias legales más estrictas.

A pesar de este marco normativo, la aplicación práctica es limitada. González Otero advierte que, aunque las bases legales existen, la aplicación en Europa es débil, lo que favorece comportamientos oportunistas.

Casos como el de GEMA contra OpenAI ilustran la dificultad de defender los derechos de autor frente a los modelos de inteligencia artificial.

El extractivismo cultural y la banalización del arte

Los riesgos artísticos y éticos de esta tecnología son significativos. Quelic Berga Carreras, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC e investigador del grupo DARTS, califica la «ghiblificación» de Internet como un caso flagrante de apropiacionismo o apropiación cultural.

Berga sostiene que al pedir a la máquina que copie un estilo sin filtros, se banaliza un arte basado en el cuidado, el detalle y el respeto.

El investigador alerta que este fenómeno no es un mero homenaje estético, sino un extractivismo cultural que trivializa referentes profundamente humanos.

En su opinión, la inteligencia artificial, tal como se está utilizando, reproduce una forma de colonialismo sobre culturas ajenas, al extraer rasgos reconocibles y despojarlos de su significado profundo para su explotación masiva.

Tres grandes riesgos para la creación artística

Uno de los principales riesgos es la pérdida de autoestima creativa entre los artistas. Berga señala que enfrentarse a una máquina capaz de imitar estilos de forma espectacular pero sin alma puede desmotivar a los creadores humanos y afectar su confianza.

En segundo lugar, se produce un desdibujamiento cultural progresivo: el cruce indiscriminado de estilos, fomentado por la inteligencia artificial, genera una «hibridación extrema» que borra las referencias culturales sólidas y convierte la creación en un collage superficial sin raíces.

Finalmente, Berga advierte sobre una creciente banalización del arte: a medida que se propagan las imágenes espectaculares generadas por inteligencia artificial, más se vacían de contenido profundo, al sustituir el sentido social del arte por la mera apariencia estética.

El propio Hayao Miyazaki, fundador de Studio Ghibli, criticó en 2016 el uso de inteligencia artificial para replicar movimientos humanos, exclamando: «No entendéis el sentido del esfuerzo humano». Una crítica que hoy resuena más que nunca.

Inteligencia artificial y derechos de autor: una carrera contra el tiempo

La regulación europea intenta adaptarse al nuevo escenario con medidas como el Artificial Intelligence Act (Regulation 2024/1689), que obliga a los proveedores de modelos de IA de propósito general (GPAI) a respetar los derechos de autor y detallar los datos utilizados en el entrenamiento de sus modelos.

Sin embargo, Begoña González Otero advierte sobre «ambigüedades y lagunas que pueden influir en la eficacia de las obligaciones».

De hecho, la falta de armonización efectiva entre el Artificial Intelligence Act, la Directiva 2019/790 y la normativa nacional genera un «incentivo perverso»: incumplir resulta, de momento, más rentable que cumplir.

Por su parte, artistas y creadores buscan estrategias para protegerse. Proyectos como Tracking, detection and management of AI infringement (TDMAI) surgen como iniciativas tecnológicas impulsadas por los propios autores para vigilar el uso no autorizado de sus obras.

Entre la fascinación y el riesgo

La fascinación por las capacidades de la inteligencia artificial convive con una creciente preocupación ética y cultural. Quelic Berga concluye que «el riesgo no es solo perder el control sobre la creación, sino acostumbrarnos a una mediocridad estética que trivializa el arte y la cultura».

Mientras tanto, el futuro de la creatividad y los derechos de autor en la era de la IA sigue abierto, en una carrera en la que la regulación, la conciencia cultural y la acción colectiva serán determinantes para equilibrar innovación y respeto a la identidad cultural, según los expertos.

Fuente: Universitat Oberta de Catalunya


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