(A la luz de Lucas 16:19-31)
Voces, gritos, llanto, clamores, quejidos,
advertencias ancestrales y profecías nuevas.
También silencios…
silencios que resuenan estruendosamente.
El silencio de las injusticias y de los abusos
reprimidos y acallados por los poderes que oprimen.
El silencio de las asesinadas…
Quienes quieran oír tienen en las Escrituras
suficientes expresiones de los dolores humanos
y de los gemidos de la creación
así como de los llamados insistentes
a transformar todo lo injusto y perverso
desde la misericordia, la solidaridad
y la ternura del proyecto divino.
Hay una sordera selectiva
que ignora los sonidos de la muerte,
que desoye las múltiples expresiones
del odio transformado en violencia,
en marginación, en exclusión,
en femicidios y en genocidio.
Los oídos parecen cerrados
a los gritos desesperados
de las lázaras y de los lázaros
que esperan en los márgenes de la vida
alguna migaja de pan o de amor,
de empatía, de gracia, de compasión.
Tampoco oyen ni ven a los perritos
lamiendo las llagas del sufrimiento
de tanta gente al borde del abismo.
Son oídos solo dispuestos a oír
lo que vaya al encuentro de sus intereses,
de su ambición acumuladora,
de sus planes egoístas,
de su sentido de superioridad.
Danos oídos, maestro peregrino,
abiertos, sensibles y atentos
a quienes hoy alzan su voz profética
desde la periferia de la dignidad
reclamando su derecho
a una porción de justicia y de plenitud.
Gerardo Carlos C. Oberman
Fuente: perfil del autor en Facebook.
Fuente de la fotografía: Flickr.
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