La pregunta del título de esta nota surge por este artículo del diario digital TechCrunch , según el cual aparece una nueva clase de consumidores que renuncian a ese soporte en mayor o menor medida.
Por mi lado, la pregunta se actualizó este año por la mudanza hogareña que realicé en septiembre junto a mi familia, que me obligó a desprenderme de papeles que sobraban, y por una reciente inundación que derivó en la pérdida de casi todo mi archivo personal y laboral en formato papel, entre ellos las ediciones de los diarios de Buenos Aires del 11 de septiembre de 2001 y notas mías publicadas en diferentes medios gráficos porteños.
Desde que tengo una tableta iPad no leo diarios en papel, apenas los hojeo en la redacción de iProfesional.com, a la mañana.
La excepción es el suplemento deportivo del diario porteño La Nación y el cuerpo principal de este medio que leo durante mi almuerzo fuera o dentro de la redacción de iProfesional.com.
Desde 2010 leo a diario la Biblia en alguno de los teléfonos móviles o en la iPad. Y estoy en proceso de sustituir todos los comprobantes en papel por los electrónicos.
Sólo imprimo en el trabajo, hace años que no lo hago en casa, y mando la orden de «print» apenas para una nota especial diaria en iProfesional.com para que sea revisada por un tercero antes de ser publicada. Otra excepción son las invitaciones de convocatorias de prensa.
Volviendo al hilo generado por el artículo referido en el primer párrafo: creo que vamos hacia un mundo sin papeles, de manera indetenible y cada vez más veloz.
Pero surgen interrogantes sobre cómo recuperaremos en el futuro toda esta memoria electrónica que generamos. El papel, bien conservado, puede durar hasta siglos.
En cambio, una computadora, un disco duro, un disquete, una memoria USB, una cinta magnética, son dispositivos que necesitan de un mecanismo y un programa para extraer, decodificar y mostrar la información.
Lo que sí está asegurado es el trabajo para los arquéologos digitales…