El uso de Internet tiene sus bondades y sus riesgos, por lo cual es conveniente analizar si uno es o no dependiente de la Red, y discernir si puede dominar las emociones que generan la web y, en especial, las redes sociales como Facebook y Twitter.
Un buen tiempo para encarar esa introspección son las vacaciones o los viajes, cuando se deben pasar largas etapas del día desconectado.
Se trata de una situación anormal en esta sociedad “tecnolíquida”, como la define el psiquiatra italiano Tonino Cantelli.
Tenemos a mano muchos dispositivos que nos pueden mantener en una conectividad permanente, donde es difícil distinguir los límites o el tiempo transcurrido, afectando muchas a otros propósitos u obligaciones.
Michela Pensavalli, psicóloga y psicoterapeuta italiana, advierte en ese sentido otro de los riesgos con que se encuentra el navegante moderno: la tendencia a abreviar las cosas y evitar los encuentros.
Si por un mensaje de texto o por mensajería instantánea como Whatsapp podemos explicar algo velozmente, ¿para qué extenderse o profundizar? O peor aún, si tenemos tantas plataformas de comunicación instantánea, ¿para qué encontrarnos? Al respecto, sugiero leer este excelente artículo del amigo y colega Ariel Torres.
También el usuario, en su necesidad de estar conectado, puede perder atención a lo que le dicen por ejemplo, en una clase o conferencia, por estar pendiente del modo velocísimo en que interactúan sus contactos y listas de interés “allá afuera”.
Internet ofrece, según Pensavalli emociones, relaciones no exentas de peligro y facilita las cosas para salir del “aburrimiento”.
Para otras personas, el tiempo pasa más rápido conectándose a la red, por lo tanto ayuda a evadirse. El usuario se predispone a evitar lo que no le gusta, y a elegir solo aquello que no le aburra; así como seleccionar lo que no lo ponga tenso ni le haga reflexionar mucho.
La ambivalencia hace presa de la persona, y así cuando se viven las relaciones humanas, y ante una situación real de convivencia, en que se exige más de uno mismo, se llega a creer que es hora de “cerrar la conexión”.
Pensavalli señala con acierto que las redes sacan de la persona sus lados más narcisistas, exhibicionistas y sin duda, lo voyerista.
El ciberespacio es un mundo donde se puede vivir, pero cuidando la calidad del uso que se le da y no dejándose dominar por los impulsos que este genera.
(Esta nota propia fue publicada originalmente en la edición 227 de Pulso Cristiano)