Los combates militares iniciados el 27 de septiembre de 2020 por el gobierno dictatorial de Azerbaiján contra las repúblicas de Armenia y Artsaj, en el Cáucaso sur, tienen sus antecedentes en una guerra entre esos países en el siglo pasado. Un conmovedor registro histórico de ese conflicto se encuentra en un museo que visité en 2018 en Stepanakert, la capital de la ex República de Nagorno Karabaj.
Visité Armenia y Artsaj entre septiembre y octubre de 2018. Fue la primera vez que recorrí parte de la nación de mis abuelos paternos, quienes debieron escapar de su tierra natal para sobrevivir al genocidio armenio cometido por Turquía y aún impune.
El museo se refiere a los soldados de Artsaj caídos en la guerra del Alto Karabaj.
Se trató de un conflicto armado que ocurrió entre febrero de 1988 y mayo de 1994 en el pequeño enclave armenio también conocido como Artsakh, en inglés, en la región sureste del Cáucaso.
En esa guerra murieron unas 30.000 personas, entre soldados y la población civil.
Antecedentes del conflicto por Artsaj
Nagorno Karabaj era una antigua provincia soviética poblada en su mayoría por armenios pero rodeada por completo por la República de Azerbaiján.
El parlamento del enclave votó en 1988 a favor de la unión con Armenia. La decisión fue ratificada en un plebiscito que contó con una aplastante mayoría de la población favorable a la independencia.
Las demandas de unificación con Armenia, las cuales proliferaron a lo largo de la década de 1980, se desarrollaron en un comienzo de manera pacífica.
Sin embargo, la presión autonomista generada ante el colapso de la Unión Soviética a finales de la década llevó aparejados un incremento de la violencia en la región entre ambos grupos étnicos.
A lo largo del conflicto, Armenia y Azerbaiján se vieron envueltos en una guerra no declarada en las zonas montañosas de Artsaj por la intención de Azerbaiján de reprimir a los secesionistas del antiguo óblast (provincia) autónomo.
Este conflicto se transformó en el más grave de todos los que se dieron tras la desintegración de la URSS en diciembre de 1991.
Los combates interétnicos se iniciaron poco después de que, como ya te mencioné, el Parlamento de Artsaj votara a favor de la unión con Armenia el 20 de febrero de 1988.
Esta declaración de secesión respecto a Azerbaiján fue considerada como el resultado de un resentimiento de larga duración en la comunidad armenia del Alto Karabaj contra las graves limitaciones a su cultura y libertad religiosa por las autoridades centrales soviéticas y azeríes.
Te recomiendo leer más sobre Artsaj y el origen de este conflicto en esta nota del diario Armenia. También puedes leer más sobre la guerra aquí.
Un museo de guerra singular
Ingresé en la tarde gris y lluviosa del 5 de octubre de 2018 al Museo a la Memoria de los Azatamartiks, que se encuentra en el número 25 de la calle Vazgen Sark?syana en Stepanakert, la agradable capital de Artsaj.
Esta república cambió en 2017 su nombre de República de Nagorno Karabaj por el actual, más coherente con el predominio armenio en la región.
Según la etimología popular, el nombre Artsaj deriva de Ar (Aran) y tsaj (madera), que significa «bosque de Aran» en referencia a Aram Sisakián.
Fue el primer gobernador de la región como descendiente del patriarca Haik.
Vuelvo al museo. Está cerca del centro de Stepanakert. La entrada está en el patio en la parte trasera de un gran edificio con una fachada descolorida en forma de V.
En el mapa superior, Google Maps denomina a Stepanakert por su anterior nombre azerí de Xankandi. Para la empresa tecnológica californiana, no existe Artsaj…
Puedes ampliar las fotos de las galerías que hay en esta nota haciendo clic sobre ellas.
En algunas de ellas encontrarás rostros conocidos, como el del líder ruso Vladimir Putin, el cantante fallecido francés armenio Charles Aznavour o el ex presidente estadounidense George W. Bush.
Hay un jachkar, una piedra conmemorativa grabada específica del arte armenio, en general con una cruz, y armamento militar. El edificio tiene boquetes reparados, provocados por la guerra.
El museo está dedicado a aquellos que murieron durante el conflicto de Karabaj.
La palabra armenia “azatamartik” significa “libertador” o «luchadores de la libertad».
En la mayoría de las ciudades de Artsaj, las calles del centro se llaman “azatamartikneri”, es decir, la calle de los libertadores.
El museo exhibe mapas, documentos con balazos, cartas a parientes y amigos, miles de fotos de soldados muertos, armas y uniformes utilizados durante la guerra.
Museo creado por madres de soldados
Fue fundado en 2002 por la organización social «La unión de los familiares de los azatamartiks fallecidos».
Las exhibiciones del museo son recolectadas por los activistas de la organización con la ayuda de las madres de los soldados y el personal del museo.
Una disgresión personal: mi hija Agustina y yo fuimos hospedados en Stepanakert por la viuda de un ex combatiente de la guerra de la década del 90.
Fueron esas madres quienes, poco después de que se estableciera el alto el fuego, comenzaron a organizarse para juntar las reliquias recolectadas. Luego formaron la base de lo que es hoy el museo.
La instalación y el funcionamiento del museo fueron, y siguen siendo, sostenidos mediante el apoyo de instituciones gubernamentales y de benefactores individuales, incluidos los de la diáspora armenia.
Su principal objetivo es rendir homenaje a los hijos de estas mujeres que murieron en la guerra de Nagorno Karabaj.
En ese sentido es un lugar de peregrinaje, sobre todo para parientes de los fallecidos y habitantes de esta ciudad de 60.000 habitantes, capital de una república que tiene unos 170.000 habitantes.
Otra parte del tributo es el elogio inequívoco de la causa de los soldados como «luchadores por la libertad» y de su heroísmo, que debería ser un modelo para las generaciones más jóvenes y futuras. Ese es el mensaje dirigido al visitante local.
Pero, obviamente, un museo como este, en este contexto, tiene un mensaje claro dirigido también a los visitantes extranjeros.
Esto significa: no esperes un enfoque sobrio y equilibrado. El museo no intenta presentar dos lados de la historia.
Es solo uno, y se lo afirma con orgullo, por quienes habitan la región desde casi 200 años de Cristo.
Una recepción especial en el museo
Al acercarse a la entrada del museo, te reciben una colección de armas y lanzacohetes caseros y otros equipos militares, y un par de ancianas que reciben a los visitantes.
La presencia de esas mujeres que resguardan el museo me recordó a las Madres de Plaza de Mayo. Aunque sus luchas son distintas, las atraviesan un dolor similar.
En el caso de las madres de Artsaj, sus hijos fueron soldados que fallecieron en una guerra.
Son mujeres que inntentan lidiar con su propio dolor personal de esta manera, a través de un museo.
Su fundadora y curadora, Galya Arustamyan también fue la presidenta de la Asociación de Madres que está detrás del museo.
En la recepción surge la pregunta crucial: ¿los visitantes hablan armenio o ruso? ¿O tendrán que depender del inglés?
Si es lo último, hay que ir con cuidado: el inglés no es la lengua franca internacional habitual en el Cáucaso sur, como puede ser en otros lugares.
Hay algunas etiquetas en inglés dentro del museo, pero es una gran limitación si tienes que confiar en esto, y a menudo las traducciones también son un poco crípticas.
Quienes hablan ruso (no es mi caso, y mi inglés es muy limitado) pueden obtener una visita guiada personal del museo a cargo de una madre de un combatiente fallecido.
Se trata de un toque personal de proporciones bastante intensas, según pude observar en el museo a cierta distancia con un par de visitantes y una de estas guías.
Esto se hace claro cuando la guía señala la fotografía de su propio hijo fallecido.
Eso está bastante más allá de la experiencia de museo «normal», muy distante, a la que estamos acostumbrados.
Rostros de la guerra
Más allá del idioma, el museo es muy visual. El elemento dominante en las tres salas del museo está compuesto por cientos de fotos (en su mayoría en blanco y negro) de retratos de los soldados fallecidos.
Su mirada inmóvil acumulada desde cada pared es en realidad algo inquietante. Pero, en cierto modo, ese es el punto en un museo santuario como este.
Las fotos a menudo están dispuestas para armar formas, como la de un mapa de Artsaj, o la franja blanca escalonada, la característica distintiva de la bandera de esta república.
Entre las fotos hay objetos y vitrinas llenas de varios artefactos. En su mayoría, son reliquias de la guerra, a menudo pertenencias personales de soldados, que van desde cosas pequeñas como encendedores de cigarrillos hasta instrumentos musicales.
También hay bustos y fotografías de destacados héroes de guerra, imágenes de la guerra real y desfiles militares celebrando la victoria.
Hay un tapiz de guerra, que muestra tanques, armas y helicópteros junto con una iglesia armenia y el monumento nacional «Papik Tatik».
Como es de esperar, también hay muchas armas, incluidas pistolas de fabricación casera y rifles toscos de los primeros días de la guerra, cuando el pueblo de Artsaj se vio «desarmado» por el enemigo azerí, que había heredado más viejos arsenales soviéticos y así comenzó en la guerra como el bando mejor equipado.
También se representan armas más sofisticadas, incluidas minas y granadas propulsadas por cohetes.
En contraste, el diorama de la batalla de la ciudad de Shushi es entrañable. Se trata de tanques de juguete y soldados que trepan por la empinada colina hacia la catedral de Ghazanchetsots, el principal hito de Shushi y una de las dos iglesias armenias más famosas y bellas de Artsaj (la otra se encuentra en el monasterio de Gandzasar; visité ambas).
Hay muchos gráficos que muestran el movimiento de las tropas en varios escenarios de batalla y cosas por el estilo.
Uno incluso viene en forma de mapa de relieve del terreno de Armenia y Karabaj con pequeñas luces que parpadean para indicar la ubicación de varios lugares.
En general, el museo tiene una sensación casera, incluso podría decirse «amateur», pero es precisamente esto lo que hace que el lugar sea conmovedor. Eso y la autenticidad de todo, por supuesto.
Es una impresión compartida por muchos, a partir de los numerosos comentarios en inglés que leí en el libro de visitas del museo que señalan cómo los visitantes encontraron su experiencia en este lugar.
Un recuerdo musical
Luego de la visita me tomé un tiempo antes de encontrarme con Agustina, quien ya había recorrido el museo en un viaje anterior, para recuperarme y ordenar mis pensamientos y emociones, una mezcla de admiración por los combatientes y horror por la locura de la guerra.
Recordé entonces la hermosa canción de Litto Nebbia, «La guerra no sabe», escrita en 1982 por la guerra por las islas Malvinas, cuando yo tenía 17 años:
A continuación, un video propio en el museo, que registré al final de la visita que me insumió casi una hora.
El video y las fotos fueron registradas con un teléfono móvil Motorola Moto Z3 Play:
Puedes leer más sobre esta guerra aquí.