“Basta escuchar o leer las noticias de cada día para diagnosticar que la Argentina está enferma, muy enferma. Está enferma en todos los niveles de la sociedad: en la relación familiar comenzando por esposos; en las relaciones sociales y políticas; en las relaciones sindicales y empresariales y hasta en las relaciones religiosas. Muchas voces se levantan para dar solución al ‘mal argentino’ que corre el riesgo de degenerar en un mal indeleble o crónico que lleve a una Argentina sin solución. Una Argentina sin futuro y que tome el camino de la desaparición como tantos poderosos imperios o naciones que se los recuerda por hazañas pasadas”.
Estas palabras no provienen de un político opositor a la administración Fernández de Kirchner sino de uno de los pocos obispos católicos romanos que elevaron su voz durante la última dictadura militar y en el menemismo.
Miguel Esteban Hesayne advirtió en julio en una reflexión pública que “la Argentina de hoy gime por la corrupción de no pocos y clama esperanzada en gente que impregne con los valores del Evangelio de Jesús las estructuras de la sociedad desde una iglesia renovada, una iglesia servidora que, como plataforma proyecte valores del Reino de Dios colaborando con gente de buena voluntad en todos los sectores de la sociedad”.
Hesayne aseguró: “Somos muchos que pensamos que la Argentina tiene muchas y diversas riquezas que mancomunadas hacia el bien de todos desde una radicalidad en honestidad, no sólo se va a recuperar sino que va a volver y con mayores posibilidades a ocupar un puesto de vanguardia en solidaridad interna y mundial para colaborar por un mundo más humano cuyo progreso sea un beneficio sin fronteras”.
Pero el prelado puso el dedo en la llaga en la clase política: “La Argentina es potencialmente rica y sin embargo hay gente sin techo, sin un plato de comida, sin trabajo. Gente desesperada porque no logra un mínimo de atención de su propia salud y la de sus hijos. Una niñez y juventud que crece débil y sin esperanza y por eso mismo sin alegría, caldo de cultivo de la violencia y la droga que degenera y mata. Apenas unos pocos rasgos de una sociedad enferma y decadente. Triste panorama de una Nación sin sentido de fraternidad social y de una dirigencia política incapaz de unirse para desterrar estructuras políticas con maquillajes pseudodemocráticos. Es hora de entrar de lleno en una democracia real con sus características propias de justicia equitativa con una sola preferencia, la de la atención a los más desvalidos”.
Hesayne rescató “el clamor de la fe cristiana” expresado por el apóstol Pablo en su carta a los romanos: “En circunstancias de una sociedad decadente los induce a levantar el ánimo, a dejarse invadir por el Espíritu del Resucitado y a ‘ponerse’ a liberar de la corrupción a la sociedad a la que se pertenece. No con aire de superioridad sino de servicio solidario. Urge que impregnemos con la fuerza de Dios las estructuras de la iglesia y la sociedad”.
Publicado originalmente en la edición 240 de Pulso Cristiano.