A las 19.30 del 21 de noviembre de 2014 me subí frente a la puerta del edificio donde vivo en la ciudad de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires, al automóvil de Alberto Ermili, uno de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
A las 20.30 entramos en medio de una fina llovizna al Café de García, uno de los más pintorescos bares notables de Buenos Aires, donde nos quedamos hasta pasada la medianoche.
Compartí con este consultor empresario cincuentón (su compañía Logyt es anunciante en este blog) una riquísima cena compuesta por una picada interminable, regada con vino de la casa y cerrada con postres deliciosos (pera con dulce para él y helado de limón con champagne para mí).
Conozco a Alberto desde fines de la década del ’90. Compartimos comunidades de fe evangélica en Olivos.
Él y su familia son personas que aprecio mucho por su generosidad cristiana, por sus palabras certeras y por su especial compañía durante el duelo por la muerte de María, mi primera hija.
De ojos claros y pequeños y vivaces, Alberto, alto y flaco, tiene una risa fácil, con la cual enfunda sus palabras claras, directas.
Como buen ingeniero va derecho al grano. Así, el diálogo sobre trabajos, familias, tecnologías y la fe fue muy rico, y como sucedió con otros invitados de mis festejos, quedaron temas para continuarla en otra ocasión.