A las 15.15 del 27 de marzo de 2015 en la vereda de la calle Perú al 300 me fundí en un abrazo con Andrea Delfino, una de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
Habíamos acordado un lugar para la celebración cercano a la agencia Télam, donde trabaja esta periodista de 48 años de edad: El Querandí.
Ingresamos a este restaurante y bar tradicional del Centro histórico porteño y cuando nos estábamos por sentar alrededor de una mesa, una mujer que oficiaba de “maître” nos dijo firme: “Si no van almorzar deben irse, porque no abrimos para café a esta hora”.
Sorprendidos, Andrea y yo nos retiramos sin quejarnos, aunque la “maître” salió a buscarnos por Perú para pedirnos disculpas.
Activé entonces el plan alternativo (siempre tengo uno a mano) y propuse a Andrea ir al bar El Colonial, a unos 100 metros de distancia y uno de los bares notables de Buenos Aires.
Ella, que muy pocas veces duda, aceptó y entramos a este lugar, donde ella pidió un café y yo, un cortado.
Andrea, para sus amigos “la negra Delfino”, conjuga debajo de una vibrante cabellera negra azabache, una mujer enérgica, y decidida, que se expresa en unos ojos grandes y vivaces, con bisabuelos asturianos, sicilianos y mapuches; madraza de sus hijos y amante de su esposo, es un bello ejemplo de multitarea femenina, que hace y piensa en tres o más cosas al mismo tiempo.
Especializada en telecomunicaciones y en turismo, Andrea es una amiga que quiero mucho, entre otras razones porque somos periodistas de agencias de noticias, una raza especial que aprecia lo concreto.
Orgullosa vecina del barrio porteño de Mataderos y veraneante del balneario bonaerense de Necochea, es una dura crítica de los discursos armados por las organizaciones, en especial las empresas.
Pudimos compartir una hora porque ella debía buscar a su hija a la salida del colegio, pero fue suficiente para conocerla un poco más y expresarnos nuestro cariño y aprecio mutuo.