A las 17.30 del 11 de junio de 2015 entró al bar Gandini Jorge Panero, uno de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
Durante algo más de dos horas y media disfruté del encuentro con este amigo, de 66 años, en el bar histórico más famoso de la ciudad de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires.
Fue en Olivos donde nos conocimos hace 18 años en una iglesia evangélica, y en Olivos Jorge tiene su carnicería, la mejor de la zona, junto a su hermano.
Era una tarde fresca y destemplada de fin de otoño, ideal para el té con limón para Jorge y un café con crema para mí, y ponernos al día con este amigo, de hablar muy tranquilo y sosegado, que escucha muy concentrado y que no gesticula.
De estatura pequeña, pelo grisáceo, ojos claros y un carácter muy calmo pero con convicciones muy firmes, Jorge repasó conmigo su vida y la de su familia, además de viajes, comidas, iglesias, la fe cristiana e historias de clientes de su negocio.
Jorge y su esposa, Norma, decidieron que sus hijos no siguieran con la actividad de la carnicería sino que estudiaran y trabajaran en lo que quisieran. Así, hoy tiene una hija psicóloga, otra organizadora de eventos y un hijo sociólogo.
Al igual que otros de mis invitados, Jorge fue un instrumento de Dios como consolador y compañero de ruta durante el proceso de duelo por la muerte de María, mi primera hija. Su compañía silenciosa y sus palabras certeras cuando debió emitirlas fueron de bendición para mi vida.
Manifestaciones de sabiduría de un hombre consciente del valor de las palabras dichas en el momento justo, una condición que escasea en estos tiempos de tantas palabras de sobra o inútiles.