Rusia es uno de los países que integran mi lista de naciones y territorios que quiero conocer alguna vez.
Desde niño me atrae su inmensidad geográfica, una seducción que se intensificó con las lecturas de sus escritores clásicos y las películas del director Andréi Tarkovski.
El 9 de abril tuve oportunidad de sobrevolar parte de este país, el más grande del mundo, durante el vuelo desde la ciudad alemana de Frankfurt a Beijing, el punto de inicio de mi viaje a China.
El avión Boeing 777-39L(ER) de Air China ya me había sorprendido con el recorrido, al pasar por el mar Báltico y bordear las costas de Dinamarca y Suecia y sobrevolar Estonia.
Las nubes cubrieron parte de la vista cuando el avión entró al espacio aéreo de Rusia, aunque pude divisar a lo lejos la ciudad de San Peterbsurgo, escenario de una de mis películas preferidas, El arca rusa, de Aleksandr Sokúrov.
Tomé fotografía del mapa de la pantalla para registrar mi paso cerca de la «Venecia rusa«.
Cuando se despejó un poco el techo de nubes, observé territorios surcados de ríos rodeados de márgenes nevadas.
Como el avión iba en dirección este no pude ver el atardecer aunque sí los reflejos del sol en las nubes.
El mapa mostraba algunos nombres de ciudades rusas desconocidas para mí.
Ya en la madrugada del 10 de abril, y en medio de la segunda noche consecutiva a bordo de una aeronave, el Boeing pasó cerca del lago Baikal, el más profundo del mundo, vecino de la ciudad de Irkust, conocida como la «París de Siberia» por su elegancia arquitectónica.
Muchos nombres vislumbrados a lo lejos y que integran una lista de un viaje que deseó hacer desde niño.