Los hechos son las bases del periodismo, pero estos fundamentos son atacados por el presidente estadounidense Donald Trump, quien acusa a los principales medios de comunicación de su país de publicar «noticias falsas», y cuya consejera Kellyanne Conway presenta «hechos alternativos» a lo que informa parte de la prensa del país norteamericano.
Sin embargo, los mismos medios se disparan balas a sus propios pies, cuando privilegian la velocidad a la veracidad.
La velocidad tiene más impacto psicológico que la verdad y la ciencia.
Para comprobarlo, te propongo observar cómo desacreditar noticias falsas rara vez es tan poderoso como la historia en sí.
Por ejemplo, Trump dice algo que provoca un escándalo y los periodistas se apresuran a desacreditar los dichos del magnate, quien continúa con otro tema y jamás vuelve a mencionarlo, o asegura que no dijo eso o insiste en que en realidad lo que dijo fue «otra cosa».
En cualquier país la figura del presidente es un punto de referencia: si él miente, la costumbre de mentir se infiltra en la cultura.
Simon Schama, un historiador británico, publicó este mensaje en Twitter:
«La indiferencia en cuanto a la distinción entre la verdad y las mentiras es la precondición del fascismo. Cuando la verdad desaparece, la libertad también lo hace».
Paul Horner, a cargo de una operación contra las noticias falsas en Facebook, describió estos tiempos en esta nota del diario estadounidense The Washington Post:
«Para ser honesto, la gente definitivamente es más tonta. Sigue divulgando cualquier cosa. Ya nadie verifica los datos… o sea, así fue como Trump resultó electo. Tan solo dijo lo que se le antojó y la gente le creyó todo; cuando las cosas que dijo resultaron ser mentira, a la gente no le importó porque ya lo habían aceptado. De verdad es aterrador. Jamás he visto algo así».
En estos tiempos, donde los hechos importan, el periodismo es muy importante.
La verdad no murió todavía, pero el periodismo debe preservarla privilegiándola antes que la velocidad en la difusión de mentiras.