Mark Twain, el escritor de obras clásicas de la literatura estadounidense, como Tom Sawyer y Huckleberry Finn, fue uno de los guías literarios que tuve en mi infancia y adolescencia, junto a Julio Verne y Emilio Salgari
En la década del 70 no existía Internet y la televisión se reducía en Buenos Aires a cuatro canales de aire en blanco y negro. Vivía en un departamento en el barrio porteño de Almagro, donde los espacios verdes escasean como el agua en el desierto del Sahara. Por lo tanto, luego de la escuela a la mañana y de hacer los deberes escolares, había tiempo libre para dedicar a la lectura.
Gracias a Dios, aprendí del ejemplo de mis padres, a quienes veía dedicar un buen tiempo a la lectura. Y en el departamento de mi familia había grandes bibliotecas que iban del piso al techo, llenas de libros. Entre ellos había ediciones en castellano de la obra de Twain que me compraron mis padres.
Pasé muchas horas de tardes y noches en mi cuarto leyendo y releyendo las historias escritas por Samuel Langhorne Clemens, quien utilizó el seudónimo de Mark Twain.
La lectura de los libros de este autor, considerado por su colega William Faulkner como «el padre de la literatura norteamericana», reforzó un pilar de la educación que me dieron mis padres: la fe en hacer lo correcto, aunque muchos crean que esté equivocado; de esto trata la premisa principal de Huckleberry Finn, su máxima obra.
Al cumplirse un nuevo aniversario del fallecimiento de Twain, te comparto a continuación una serie de mensajes en Twitter sobre este genial escritor que marcó mi vida: