Redes sociales como Facebook e Instagram son enormes minas de información sobre los votantes de las próximas elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 11 de agosto y los comicios nacionales del 27 de octubre a las que acuden los comandos de campaña de los partidos políticos para afinar sus mensajes proselitistas.
Pero además de estos «yacimientos virtuales», hay otras fuentes indispensables de información: los escrutinios de las elecciones de 2015 y 2017 y la encuesta permanente de hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) que permite conocer las características demográficas y económicas de la población.
Semejante volumen de datos no sirven de mucho si no se los interpreta y se cruzan con perfiles y con registros levantados en forma manual en cada barrio.
Aquí entra a jugar el «big data», entendido como el área científica que se encarga del estudio, del procesamiento y de la estimación de los mismos en volúmenes más grandes que los tradicionales.
Se trata de gigantescos «icebergs» de los cuales asoman sólo en superficie aspectos como la identidad del votante, el lugar donde vive, su actividad y sus creencias religiosas.
Debajo de esos registros asoman otros, como, por ejemplo, el gusto musical del votante, sus salidas de esparcimiento, sus viajes, y sus consumos de tarjetas de crédito.
Si bien cualquier definición «es caprichosa y altamente conjetural, big data es el fenómeno de masividad de datos proveniente de la interacción con objetos interconectados, como celulares, redes sociales o tarjetas de crédito», me dijo Walter Sosa Escudero, profesor plenario de la Universidad de San Andrés.
Mathías Longo, cientista de datos de Retargetly, una plataforma enfocada en audiencias de América latina, big data es el área científica que se encarga del estudio y del procesamiento de esa información «en volúmenes más grandes que los tradicionales».
Longo me aclaró que «no existe una especificación unánime, pero la mayoría de los analistas y de los profesionales se refiere a conjuntos que van desde los 30 a los 50 teras hasta los varios petabytes».
Si bien la cuestión del tamaño determina la exigencia de desarrollo de tecnología acorde para poder capturar, manipular y almacenar esa dimensión informativa, «lo que más importa es qué hacen las organizaciones con ella. El big data se puede emplear para obtener ideas que conduzcan a la toma de mejores decisiones y a movimientos de comunicación estratégicos», explicó Longo.
Fredi Vivas, profesor e ingeniero en sistemas de información, me recordó que «los datos no son algo nuevo, siempre los almacenamos, aunque la diferencia con la actualidad es que casi todo lo que hacemos deja un rastro digital, como nuestros smartphones con GPS, lo que hacemos en las redes sociales o los sensores de las máquinas que usan Internet de las cosas».
Puedes leer más sobre este tema en la nota que publiqué en iProfesional aquí.
One Comment