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El Jardín Japonés es uno de mis lugares preferidos de Buenos Aires. Es el parque más grande de estilo japonés fuera del país asiático y cuenta con los elementos propios de su cultura.

Rodeado por los bosques de Palermo, el Jardín Japonés es un rincón porteño que enamora a quien lo visite.

Fue construido en 1967 con motivo de la visita del emperador japonés Akihito y su esposa Michiko.

Caminar entre bonsais, azaleas, kokedamas, orquídeas y faroles de cemento es un placer inolvidable.

Tiene también un Chashitsu (casa de té): un espacio construido especialmente para llevar a cabo la tradicional ceremonia del té japonesa.

Ornamentado con elementos tradicionales, cuyo interior fue importado desde Japón, algunos de sus componentes datan de hasta más de cien años de antigüedad.

Su exquisito interior se encuentra confeccionado de forma artesanal. Una sala de arte y un restaurante completan la visita.

Tomando como modelo el Jardín Zen, en 1977 fue rediseñado bajo la dirección del ingeniero paisajista Yasuo Inomata.

En el parque también hay un edificio que alberga un centro cultural; un restaurante de cocina japonesa; un vivero donde se pueden comprar plantas (bonsai) y alimento para los peces del lago; y una tienda con artesanías japonesas.

También hay un panel donde se pueden colgar papeles escritos con deseos.

Cerezos en flor en el Jardín Japonés de Buenos Aires

Entre fines de julio y principios de agosto, el Jardín Japonés reúne multitudes de personas que pugnan por caminar en un sendero con 30 ejemplares de cerezos.

Estos árboles se pintan de rosa por sus flores, «sakura», en japonés. Se trata de postales inusuales en Buenos Aires.

En Japón, la tradición de contemplar la caída de las flores de los cerezos se llama «hanami».

Ya cumplió 500 años y funciona como un imán para turistas del mundo.

Los orígenes del hábito de juntarse en familia y con amigos a comer, a tomar sake (vino de arroz) y a cantar bajo esos árboles espléndidos se instaló en el Período Heian (794-1185) como una forma de esparcimiento de los nobles y de los militares. En el Edo (1600-1868) se popularizó.

En Japón, las flores de los cerezos transforman el paisaje entre fines de marzo y principios de abril, cuando empieza la primavera.

De día y de noche, bajo lámparas de papel, la gente se sienta debajo, mientras los pétalos caen.

Las flores son símbolo de la felicidad efímera y de la fugacidad de la vida, porque en su mejor momento, en su esplendor, se desprenden.

Para los japoneses, la felicidad dura muy poco, como esta floración, de modo que se aferran y disfrutan de ese espectáculo de la naturaleza al máximo.

Damero de tulipanes

En Buenos Aires, los cerezos en flor son una fiesta distinta. Además de ser una forma de «viajar» a Japón y de conocer aspectos de sus tradiciones, el sendero de «sakuras» es una galería de cuadros a cielo abierto.

Pero también hay otras flores que acaparan la atención: son unos 4.000 tulipanes en la zona del damero, donde se intercalan verde y blanco como «aire entre los pinos», según dice un poema tradicional japonés o «haiku».

Los tulipanes suman colores al invierno, además del rosa de los cerezos.

La última que visité el Jardín Japonés fue el 10 de agosto de 2019, cuando todavía quedaban flores en los cerezos.

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

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