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(A la luz de Marcos 7:24-37)

Benditos tus gestos
que liberan y sanan,
que renuevan y transforman,
que elevan y empoderan.

Benditos tus ojos que miran al cielo
pero que se ocupan de los dolores,
las angustias, las limitaciones,
las preocupaciones y las luchas
que aprisionan la vida
y le impiden florecer.

Bendito tu divino corazón, tan humano,
que reconoce el reclamo insistente
de quien no pide sino su derecho al pan,
a sentarse a la misma mesa de la justicia,
a no quedar fuera de un toque de tu gracia,
a ser liberada de la prisión impura que imponen
los espíritus malditos de este mundo perverso.

Bendita tu mirada compasiva,
capaz de ver profundo en el alma
y de entender lo que el corazón anhela,
incluso sin mediar palabra alguna.

Benditas tus manos que no se esconden,
que tocan aquello que la moral pacata
considera impuro e indigno de misericordia
o no elegible por cuestiones de raza,
género, condición social, enfermedad…

Benditas tus palabras que abrazan,
aun desde un silencio lleno de empatía,
el sufrimiento, las búsquedas,
las necesidades más básicas: la vida.

Y benditas todas las personas que,
como el maestro palestino,
elevan hoy sus ojos al cielo,
buscando inspiración y fortaleza,
esperanzas y creatividad
para seguir tocando allí
donde la vida duele.

Gerardo Carlos C. Oberman

Fuente: perfil del autor en Facebook.


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