(A la luz de Lucas 13:31-35)
Cuando hablamos de justicia,
nos exigen: “¡Cállate!”
Cuando hablamos de derechos humanos,
nos gritan: “¡No nos molestes!”
Cuando participamos de un protesta,
nos acusan: “¡Comunistas!”
Cuando caminamos con las madres y abuelas,
nos denuncian: “¡Subversivos, subversivas!”
Cuando marchamos con gays y lesbianas y trans,
nos insultan: “¡Herejes, blasfemia!”
Cuando buscamos la equidad de género,
nos dicen: “eso es ideológico”.
Cuando abrazamos a las minorías vulneradas,
se escandalizan: “¡No te metas en política!”
Cuando abogamos por dignidad laboral,
nos recriminan: “¡No podemos aceptar eso!”
Cuando cantamos “Vos sos el Dios de los pobres”,
argumentan que esa es “una teología sesgada”.
Cuando predicamos una divinidad maternal y amorosa,
se aferran al Dios patriarcal: “¡Dios es padre!”
Cuando anunciamos un Jesús solidario y rebelde,
nos culpan por no “anunciar la salvación de las almas”.
Cuando hablamos de cuidar nuestra casa común,
nos culpan de asumir “la agenda woke”.
En muchos de nuestros espacios de fe
hay una increíble prontitud para culpar, delatar,
calumniar, agredir, despreciar, ignorar, maltratar
a quienes tratan de andar las veredas de un Evangelio
que abrace las búsquedas de la plenitud de vida
para todas las personas y para toda la creación.
Promover la inclusión, la justicia y el buen vivir
recibe como respuesta un: “¡Sal de aquí!”
Ay, iglesia, iglesia,
que matas con gases y balas de goma
e insultos e indiferencia y odio
a tus hijos e hijas que luchan por un mundo mejor
y que desprecias a quienes anuncian el mensaje de Dios,
cuídate de no quedar desierta, abandonada y vacía
del amor y de la misericordia que deben ser tu esencia.
Gerardo Carlos C. Oberman
Fuente: perfil del autor en Facebook.
Nota de R.: la fotografía superior fue tomada por un servidor en una muestra en el Museo Malvinas, en Buenos Aires.
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