Hace algunos años viví una experiencia agradable. Llegué a una conferencia de prensa unos 20 minutos después de la hora original de la convocatoria, una demora inhabitual en mí. Cuando ingresé al salón, la conferencia ya había empezado. “Sí, empezaron puntuales”, fue la respuesta de un amigo presente en el lugar cuando le pregunté, sorprendido y en voz baja, por algo que en realidad debería ser moneda corriente en el ambiente periodístico.
Recuerdo largas esperas de 45 minutos o de una hora, en lugares cuasi inaccesibles, como Brisas del Plata o Costa Salguero, en Buenos Aires, y algunas históricas como la presentación oficial de Nativa, ese brebaje verde y viscoso de Coca Cola, en Espacio Darwin que comenzó con ¡1 hora 45 minutos! de atraso. Y no me refiero a reuniones donde también hay socios de negocio, clientes, etc., sino a actividades especiales para la prensa. Se impuso como una norma no escrita el comienzo con al menos 30 minutos de atraso respecto a la hora oficial de la convocatoria.
Como bien señala la Wikipedia, “hay a menudo una convención de que una pequeña cantidad de retraso es aceptable en circunstancias normales; por lo general, diez o quince minutos en las culturas occidentales (¿La Argentina forma parte de Occidente?). En otras culturas, tales como la sociedad japonesa (…) no existe básicamente ninguna permisividad (La Argentina no es Japón, precisamente…). No obstante, la puntualidad se considera un signo de consideración hacia las personas que están esperando (…) En las culturas que valoran puntualidad, retrasarse es equivalente a demostrar desprecio por el tiempo de otra persona y se puede considerar un insulto”.
Estaría bien (no “bueno”, como decía el macrismo en su campaña electoral) que se reduzcan estos plazos de espera. Por una cuestión de respeto y educación.
Más información sobre el valor de la puntualidad en estas notas en un blog alojado en Clarín y en una página web sobre protocolo.