“¿Gelman? ¿El dueño de la mayonesa?” La respuesta con forma de pregunta del joven que estudiaba periodismo en una escuela porteña fue replicada por un coscorrón en la cabeza que le propinó el indignado profesor, mi querido amigo y compañero y colega Ariel Scher, quien me contó esta anécdota a principios de este siglo.
Ariel había hecho la pregunta al principio de la cursada anual, para indagar sobre los conocimientos culturales de sus alumnos. Quizás en estas horas la respuesta-pregunta de ese estudiante se reitere luego de confirmarse la muerte de Juan Gelman, el poeta argentino que falleció el 14 de enero en México a los 83 años, y cuyo apellido suena parecido a Hellmann’s, la famosa marca de condimentos.
En cierta manera, aquel alumno de Ariel tenía algo de razón. La obra de Gelman es como una mayonesa, porque conjugó la prosa y la poesía de su obra con un firme compromiso ético por un mundo más justo, atravesado por dolores profundos como el exilio en la última dictadura militar, la desaparición de su hija, su hijo y su nuera, y por la alegría del reencuentro con Macarena, su nieta nacida en cautiverio en Uruguay.
De su libro Gotán, de 1962, extraigo “Mi Buenos Aires querido”, como un buen ejemplo de su obra:
Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse, a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.
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