Esta es una historia real, crudamente real, maravillosamente real.
La situación es la siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su familia. Hace minutos vio cómo delante de sus ojos mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo, luego de golpearlo, lo arrojan a un pozo donde tiran los cadáveres de los que golpean y matan. Pensaron que el muchacho estaba muerto. Pero él no está muerto… Siguen matando gente y arrojándola sobre él. Sangre, gritos, el propio dolor, el pánico. Un pozo… un pozo donde sólo se respira muerte.
¿Qué expectativas podemos tener de este muchacho? Quizá el más optimista llegue a suponer que sobreviva y termine con algún tipo de enfermedad mental.
¿Sabes cómo siguió la historia? Este chico, de nacionalidad armenia, que simuló estar muerto, por la noche, cuando se fueron los turcos, pudo sacarse algunos cuerpos de encima y logró escapar con otros muchachos más. Un dato para agregar: un hermano suyo que sobrevivió, prefirió quedarse en el pozo para morir junto al cadáver de su madre.
Ese muchacho se llamó Agop Bedrossian (sentado en la foto). Fue mi abuelo. Vivió más de 100 años. Falleció hace poco tiempo. Mi padre lo homenajeó a él y a su generación con varios libros: “Hayrig”, “Hayrig II”, “Memorias para no olvidar”, “Morir en Marash” y “De lágrimas y sonrisas”. Pasó por mil problemas más. Pudo llegar a la Argentina. Se casó. Tuvo 5 hijos (una de sus hijas falleció de un modo trágico a corta edad), 9 nietos (todos ellos en la foto), En vida conoció a 13 bisnietos (ya van 18).
Siempre, siempre, siempre siguió luchando. Siempre, siempre, siempre, lo vi orando de rodillas en su idioma a Dios por él y por los demás.
Veo a mi familia: mi esposa, mi hijo Rodrigo, mi hija Agustina, mis padres, hermanos, tíos, primos, cuñados, sobrinos, etc…
Veo también el pozo…
Gracias Agop por no haberte quedado en el pozo ni física ni mentalmente.
Gracias Agop porque siendo una persona sencilla nos mostraste que de los «pozos» (por supuesto menos trágicos que el tuyo) se sale de rodillas, pidiendo la ayuda de Dios.
Gracias Agop porque aprendí de ti que de un pozo, casi sin esperanzas, se puede salir para alcanzar grandes logros.
Desafío familiar: Un pozo profundo no es necesariamente el final. Hay un Dios que siempre extiende su brazo hacia nosotros. Ese brazo es largo y fuerte. Llega hasta las mayores profundidades y levanta los mayores pesos. Deja de luchar sólo con tus fuerzas y permite que Él te rescate. Dios, si lo dejamos, puede hacer nuevas todas las cosas.
Gustavo Bedrossian
Licenciado y doctor en psicología. Casado. Dos hijos. Reside en la ciudad bonaerense de Tandil. 48 años. Conferencista. Capacita en desarrollo personal y vida familiar. Dirige el sitio www.psicorecursos.com.ar. Escritor de cinco libros, el más reciente “Inteligencia familiar” de Ediciones Urano. El texto publicado en esta nota pertenece a uno de los capítulos de ese libro de Gustavo, quien autorizó su publicación en este blog.
Puedes leer el testimonio de Gustavo acerca del genocidio armenio en esta entrevista.
Gracias, César y gracias, Gustavo, por compartir esta historia de la cual conocí, por gracia divina, a su protagonista, mi querido abuelo Agop. Gracias por este ensaje,