A las 15.30 del 1 de junio de 2015 entró al Café de García Andrea Catalano, una de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
Esta periodista oriunda de Mendoza, de 45 años, vecina de Villa Devoto, nunca había estado en el bar más famoso de ese barrio porteño.
Ese día conocí otra faceta de este lugar, más allá de sus famosas picadas, sobre las cuales te conté en los relatos de mis reuniones con Alberto Ermili y Ricardo Mamarian, que puedes buscar en el enlace mencionado arriba.
El Café de García tiene tres billares donde van muchos habitúes, rodeados por niños que aprenden las artes de los billaristas.
Andrea aprovechó que sus padres estaban de visita en Buenos Aires, procedentes de Mendoza, para concretar nuestro encuentro. Les encargó entonces el cuidado de su hijo Jairo, de siete años.
Andrea y yo celebramos nuestra amistad, que ya lleva una docena de años, encarnando aquella frase trillada de los “amigos en las buenas y en las malas”, en las alegrías y en las tristezas.
Cuando nos encontramos, esta amiga, con quien escribí el único libro que publiqué, estaba en pleno proceso de separación matrimonial, luego de una relación conyugal de 15 años.
El tiempo que compartimos, que se extendió durante casi dos horas, fue duro y tenso, porque dejé de lado la dinámica habitual de estas celebraciones para abrir un espacio necesario de duelo.
Por experiencia propia puedo afirmar que en esos tiempos es imprescindible poner en palabras lo que sentimos para luego procesarlo.
Apenas tomamos un café cortado (ella) y un café con crema con un sándwich tostado de jamón y queso (yo) en una tarde otoñal fresca con algo de sol.
Andrea, mencionada muchas veces en este blog (puedes hacer clic en la etiqueta con su nombre al final de esta nota), tiene una fibra especial, resistente ante las pruebas, sensible para los placeres de la vida, y elástica para trabajar en diferentes medios y soportes e incluso iniciar un emprendimiento vinculado al vino, llamado Brindemos (anunciante de este blog).
Por esa fibra única estoy seguro que Andrea, con quien tengo una deuda eterna porque fue quien me recomendó en 2005 para trabajar en iProfesional y por el libro que escribimos juntos, superará este valle de sombras y saldrá adelante y seguirá brillando como ese pelo castaño rojizo que la caracteriza.
Andrea es un solazo de persona. Hermosa crónica Cesar!
¡Muchas gracias, Mónica!