El aeropuerto de Beijing, donde llegué el 10 de abril de 2016, está cerca de las antípodas de Buenos Aires, de donde había partido dos días antes.
Pese a esa enorme distancia, encontré en esta terminal aérea una reminiscencia de mi ciudad natal y de residencia.
Luego de un viaje de casi nueve horas desde la ciudad alemana de Frankfurt, y con seis horas de diferencia con tierra germana y 11 horas con Buenos Aires, el avión de Air China aterrizó a las 4.55 de la madrugada (hora local) en el aeropuerto más grande de China y uno de los más grandes del mundo.
Bajé y apenas ingresé al salón de migraciones de la terminal que recibe a los pasajeros de los vuelos internacionales, observé un diseño familiar con un edificio importante de Buenos Aires.
Hay un denominador común entre este aeropuerto y el Centro Cívico del Gobierno porteño, en el barrio de Parque Patricios: el arquitecto inglés Norman Forster.
Este ganador del premio Pritzker, una especie de premio Nobel arquitectónico, es considerado como el máximo exponente de la arquitectura de alta tecnología, que compatibiliza el diseño con la integración en el medio ambiente y con la comodidad para el usuario.
Los techos altos, curvos y ondulados y los amplios ventanales del Centro Cívico estaban en cierta manera reflejados cerca de sus antípodas.
El aeropuerto de la capital china fue inaugurado en 2008, para los Juegos Olímpicos, mientras que la sede del Gobierno porteño fue abierta en marzo de 2015.
Las marcas del estilo de Forster eran notables pese a la distancia entre ambas obras.
Tomé la siguiente fotografía del área de migraciones, donde estaba prohibidas estas tomas, mi tensión se refleja en que salió movida:
Como sucede en otros aeropuertos, hay puestos de control migratorio para locales y extranjeros, pero apenas se vaciaron las oficinas para los chinos, se derivaron inmediatamente allí las largas filas de los visitantes.
Debajo del mostrador del oficial de control, y frente a la persona que ingresa a China, hay un sistema de botones que permite calificar la atención del empleado.
Detrás de los controles migratorios hay un pasillo que lleva a los trenes internos que llevan a la terminal donde se recoge el equipaje.
Hay carteles de bienvenida en diferentes idiomas, el de español decía «¡Calurosos Bienvenidos!»
Una hora después que el avión había aterrizado fui a tomar el tren.
Después de recoger el equipaje, tomé la clásica foto de mi «parejita viajera».
La valija había sido abierta y no tenía el candado; estaba toda la ropa revuelta, aunque no me faltaba nada.
No había ningún papel que explicara el motivo de la requisa, como sí me pasó algunas veces en los Estados Unidos.
Despaché el equipaje para el siguiente vuelo que me llevaría a la ciudad de Shenzhen e ingresé al salón de la terminal principal, tenía unas tres horas de espera hasta el próximo vuelo.
Desayuné junto a mis compañeros de viaje en una cafetería de estilo francés.
Ya cerca de la puerta de embarque había otra cafetería de estilo galo.
Otra demostración del estilo de Forster.
El aeropuerto tiene muchas mesas con toma corriente de energía, aunque el acceso gratuito a Internet es limitado, con el agravante de los bloqueos estatales a los servicios de Google, Facebook y Twitter, entre otras empresas.
Estos simpáticos carritos para llevar equipaje de mano son ideales para los niños.
En uno de los kioskos, el primer encuentro crudo con el idioma chino.
Una constante que observé en China: personas que trabajan en tareas de mantenimiento en espacios públicos o privados, de día y de noche.
Un cartel con dos policías o militares recordaba la prohibición de fumar.
En los carteles publicitarios pululaban los equipos tecnológicos, como estas computadoras ultradelgadas de HP.
Y estos teléfonos «retro» con «tapita» de Samsung.
Este aeropuerto, de donde parten y aterrizan apenas dos vuelos hacia América latina (La Habana, en Cuba, y Sao Paulo, en Brasil, y con escalas intermedias en otros continentes), tiene casi un millón de metros cuadrados, y la posibilidad de tránsito anual de 76 millones de pasajeros, casi el doble de la población argentina.
Así, los números de esta terminal aérea, que es cómoda y amplia pese a las multitudes que lo recorren, me dieron la bienvenida a un país inmenso en todos los sentidos, e inmerso en un proceso de transformación entre sus raíces milenarias y las más modernas tecnologías de todo tipo.
Todo esto en el contexto de una gigantesca contaminación ambiental que me impidió ver el sol durante casi todos los nueve días completos que estuve en China.
ana dergarabedian TE FELICITO QUERIDO CESAR QUE EXPERIENCIA MARAVILLOSA EL HABER ESTADO EN CHINA
¡Muchas gracias, querida Ana!