«Hola, soy Fulana, de la agencia Fulanez», dice la voz, casi siempre femenina, del otro lado del teléfono, por WhatsApp o Messenger o Hangout o por un mensaje directo en Twitter o Instagram. Es infrecuente que suceda lo mismo por correo electrónico o Linkedin.
Si tengo un poco de confianza, respondo a la presentación con la misma celebración irónica del nuevo estado civil de Fulana, casada o casado con Fulanez, aunque le advierto que el tal Fulanez tiene fama de polígamo, porque varias colegas de la interlocutora se presentan de la misma manera…
Si la ironía es bien recibida por la persona que me llama o escribe, le envío un enlace a esta nota propia.
En ese artículo breve afirmo que «llamar a alguien por su nombre y apellido completos en lugar de ponerle como sobrenombre el de la empresa o entidad para la cual uno trabaja es la manera correcta para fortalecer y aumentar el capital de las relaciones».
Casi cuatro años después de su publicación, la nota sigue vigente, por eso la recuerdo y comparto aunque con otro título.