Mi hija Agustina llegó el 5 de abril de 2018 a Armenia, el país de mi origen por el lado paterno. Es la primera integrante de la familia que formaron hace casi un siglo mis abuelos Aram y Lousaper en volver a esta nación de la Transcaucasia, entre Europa oriental y Asia.
Ni mis abuelos regresaron a Armenia y ni mi padre Roberto ni mis tíos Guillermo y César ni mi hermana Priscila ni mis primos Alexis y Christian y ni yo fuimos a ese país.
Agustina es la primera que regresó a esta nación de donde Aram y Lousaper debieron emigrar como sobrevivientes del genocidio armenio, cometido por Turquía y aún impune.
Como bien apuntó Guillermo en un almuerzo que compartí junto a Agustina y mi tía Ana una semana antes de la partida de mi hija hacia Ereván, la capital de Armenia, ella coserá la historia familiar con el país de origen.
Como se describe en esta serie de notas que publiqué en este blog, varias familias armenias, entre ellas la mía, que se radicaron en la Argentina luego del genocidio, decidieron aflojar los lazos con la patria natal.
Pero la sangre tira, y así fue con Agustina quien antes del centenario del genocidio, en 2015, manifestó cierto interés en mi historia familiar por el lado paterno, interés que creció mucho luego de las conmemoraciones de ese aniversario en las que participamos juntos.
En 2017 Agustina tomó contacto con un programa llamado Birthright Armenia, que brinda a los jóvenes armenios de la diáspora la oportunidad de conectarse con su tierra ancestral.
Los participantes del programa se comprometen a por lo menos 30 horas de trabajo voluntario por semana, se les da la oportunidad de vivir con una familia local, mejorar sus conocimientos del idioma armenio, conocerse e interactuar con otros participantes de todo el mundo, tener una excursión cada fin de semana y adquirir conocimientos y educación sobre el país y la cultura a través de foros y encuentros.
Agustina aplicó al programa. En marzo en marzo renunció a su trabajo como periodista en la agencia y el diario digital Portinos, que dirige mi amigo Epifanio Blanco, y el 3 de abril inició un extenso viaje aéreo con dos escalas hasta Armenia.
Esa noche en Ezeiza, el aeropuerto internacional de Buenos Aires, me di el gusto de fotografiarla junto un equipaje que no formaba parte de mi famosa «parejita viajera».
Se trataba de dos valijas (entre ellas sumaron 45 kilogramos) y una mochila que Agustina llevó a New York, Estados Unidos, donde combinó con un vuelo hacia Moscú, Rusia y de allí otro a Ereván, a 13.400 kilómetros en línea recta desde Buenos Aires.
Agustina estará en Armenia, un país del tamaño de la provincia argentina de Misiones, entre nueve meses y un año, y, si Dios lo dispone, quizás regrese a la Argentina o vaya por nuevos rumbos en esa nación o en otra.
Cristina y yo la educamos, al igual que a nuestra otra hija, María, fallecida en 2008, para que crecieran y decidieran en libertad, sin esas muletas paternas que retrasan su desarrollo personal.
Con una mezcla de felicidad y nostalgia, esa noche la despedimos en Ezeiza, con la bendición del Salmo 121.8, la misma que usaba mi madre Martha cuando yo salía de viaje:
«El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre».
¡Bellísima semblanza César de nuestra querida Agus, de su curiosidad, de su amor filial y de la intrepidez con que construye armoniosamente su vida! Siento un profundo agradecimiento por el tiempo compartido en Portinos y a la vez una gran alegría porque Agus avance en su camino y que este sea el del reencuentrio con los orígenes, ese cosmos que somos. ¡Gracias!
¡Muchas gracias a vos, Epifanio, por las palabras y por la excelente escuela de formación profesional y laboral que fue Portinos para Agustina! Abrazo.
Querido Cesar,
Agustina tiene toda mi admiración por haber tomado la decisión de hacer el programa de Birthright Armenia, y tengo certeza de que saldrá más enriquecida con esta experiencia.
Dios mediante la podré visitar en algún momento del año.
Abrazos a la familia y un cariño especial a Guillermo,
Vera
¡Muchas gracias, querida Vera! Abrazo.