Naciste en un contexto cruel,
de pueblos afligidos y cansados,
confinados por el imperio romano
y alienados por teologías elitistas,
sin conexión con el dolor de las personas.
Naciste en tiempo de grietas,
de intereses en conflicto,
de justicia corrompida y de gobernantes sometidos.
Naciste sin prensa,
ignorado por el poder mediático,
concentrado en los maestros de la ley
y en los jefes de los sacerdotes.
Pero las buenas noticias de tu llegada
fueron anunciadas a la gente de pueblo,
a las personas humildes y de corazón sencillo,
a quienes abrían las puertas de sus casas,
aun si era para ofrecer espacio en un establo;
a quienes trabajaban el campo
a cambio de una paga miserable;
a quienes no habían negociado su esperanza
en el cumplimiento de las promesas divinas;
a quienes creían que la ciencia
no estaba enemistada con ninguna fe.
Naciste anunciando el proyecto salvífico de Dios
con un llanto preñado de gracia y de ternura,
oyendo el cántico de tu madre conmovida
que sabía muy bien de qué lado de la vida estabas:
del lado de quienes pasan hambre,
de quienes sufren los atropellos del poder,
de quienes esperan un poco de misericordia.
Y nunca del lado de quien oprime
y de quienes pasean su soberbia
con una impunidad que asquea.
Naciste para romper las distancias sociales
que excluyen, que marginan, que condenan.
Naciste para establecer el definitivo protocolo
del amor de Dios entre las personas.
Porque solo ese amor puede salvarnos
del peor de todos los virus: el de la insolidaridad.
Gerardo Oberman
Fuente: perfil del autor en Facebook.