Quiero la Pascua de las mujeres el domingo de mañana.
La disposición para el cuidado con ternura de embalsamar al muerto querido.
La incomprensión de la piedra quitada;
las lágrimas por no saber
la revelación a María del Maestro.
Magdalena que va y anuncia ¡Vi al Señor!
Quiero la Pascua de los discípulos,
Miedo, frustración e impotencia, la tristeza y el llanto después del anuncio.
La incredulidad al final, deslumbramiento y fe.
Y la disposición de ir para el pueblo, a Galilea de los gentiles.
De los pobres entre los pobres. Es allí donde Jesús está.
Quiero la Pascua, Jesús resucitado.
De Magdalena y de las mujeres, ¡testigos de la resurrección!
De Pedro y de los discípulos, transformados, incrédulos al principio, intrépidos después. Dispuestos a entregarse ¡Por la verdad recibida!
Quiero la Pascua, pero no la pascua comercial, de bombones y chocolates, de regalos caros y de tantas ausencias, de la alegría de los feriados, vacía de sentido.
Quiero la Pascua, pero no la pascua del mercado, pascua comercializada en la cual sólo hay lugar para los que tienen, vacía de gratitud, de recepción y misterio, que no entiende ni se entrega por los demás.
Quiero la Pascua, pero no la pascua del individualismo, la que le saca ventaja a todo y todos de la competencia que desemplea a muchos.
No quiero la pascua posmoderna, la que fragmenta cuerpos y conciencias, sepultando sueños y utopías en los chips de computadoras personales y en la realidad de la televisión.
Tampoco quiero la pascua de la religión ensimismada.
anestesiando conciencias en un sinfín de lágrimas y de dolor.
Quiero la Pascua de la gente sencilla.
De Jesús, de Magdalena, de los discípulos, del desafío de la fe y del sentido de la vida.
Pascua, Jesús, el Cristo.
¡Esperanza de resurrección, el renacer para la vida!
Luiz Eduardo Prates da Silva
Fuente: Red de Liturgia del Consejo Latinoamericano de Iglesias.