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Y toda la casa se llenó
(Evangelio de Juan 12.3).

 

Hay casas vacías.
Con bastante movimiento, quizás;
con mesas bien servidas, tal vez;
con amplios espacios, acaso;
con muchas palabras, posiblemente;
pero vacías…

Hay espacios vacíos.
Llenos de cosas, superficiales;
con jardines frondosos, artificiales;
con paredes pintadas, frías;
con pisos relucientes, desolados
y vacíos…

 

Hay comunidades vacías.
Con ampulosos sermones, huecos;
con preparadas liturgias, aburridas;
con música estruendosa, alienante;
con ricas historias, olvidadas;
comunidades vacías…

 

Hay vidas vacías.
Con agendas completas, de nada;
con rutinas rigurosas, sin sentido;
con proyectos inmensos, mentirosos;
con abrazos y besos, falsos;
vidas vacías.

 

Pero hay un perfume
de vida transformada,
de comunidad solidaria,
de espacio inclusivo,
de casa abierta,
de mesa generosa,
de pan compartido,
de ofrenda total
que todo lo llena
con el aroma
de una entrega genuina
y de un amor verdadero.

 

Allí no hay vacíos.
A los pies de Jesús
solo hay plenitud.

 

“Y toda la casa se llenó del aroma del perfume.”

 

Gerardo Oberman

Fuente: perfil del autor en Facebook.


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