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No fue tu sangre, fue tu esencia.
No fue la espina, fue tu mano tendida.
No fue la hiel , tampoco la herida,
fue tu caminada comprometida.
No fueron los clavos en aquella cruz,
fueron tus palabras, fue tu mirada, fue tu luz.
No fue tu muerte, fue tu entrega.
La salvación no huele a tumba,
lleva el aroma del jazmín y de la rosa.

No fue aquel odio planificado,
fue tu vivir y tu haber amado,
habernos abrazado, habernos liberado.
No fue el madero que te tuvo colgado
ni fue tu grito agudo, desesperado,
antes de aquel suspiro último
con que te creyeron derrotado.
No nos salva ningún suplicio
sino tu causa que te llevó al martirio.

No, no fue la soledad cruel
ni fue la noche oscura,
tampoco el velo rasgado
o las burlas de los soldados.
No fueron los azotes ni fue la tortura
ni fue tu encierro en prestada sepultura.
No nos salva tu asesinato absurdo,
nos salvan tu fidelidad, tu testimonio.

No, no es el sombrío viernes
ni la ausencia de seguidores cobardes.
Tampoco la mentada lejanía muda
de una divinidad sin alma y sin empatía
que te necesitaba muerto para calmar su ira.
Nos salva lo que aquel sábado,
desde su silenciosa cercanía,
la divina tejedora en su gracia tejía:
la vida nueva, resucitada,
eternamente libre
de un Jesús que,
desde un huerto florecido,
mira al cielo y sonríe.

Gerardo Carlos C. Oberman

Fuente: perfil del autor en Facebook.


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