Mi vientre adolescente fue su primera cuna
y mis brazos jóvenes le dieron el primer abrazo,
mis lágrimas bañaron su rostro por primera vez
y mi voz de casi niña arrulló su primer sueño.
Aquella vida frágil, anunció de plenitud,
fresca presencia de Dios entre las gentes,
recibió la calidez y la ternura de mi maternidad,
y la navidad fue porque el amor le hizo espacio a la esperanza.
¿Si hubiese preferido que las cosas fueran diferentes?
¡Por supuesto! Madre sola, obligada a dejar el pueblo,
víctima de prejuicios e incomprensiones,
condenada a guardar en soledad el secreto de la divinidad,
sabedora de desilusiones por venir,
llamada a aceptar el dolor del abandono,
obligada a presenciar la muerte de la vida engendrada.,
elegida para acunar el misterio de la salvación.
Bendecida por esta extraña caricia de Dios,
mezcla de celestial ironía e inexplicable maravilla,
yo, María, una pobre mujer joven de Nazareth,
fui inundada de lo eterno y vi nacer la luz.
Quiera este mismo Dios de amor y vida,
paz y verdad, justicia y solidaridad,
que tu vida y la mía se hagan cuna
para recibir a Aquel que todo lo alumbra.

Reunión de oración del Grupo Ecuménico de la Zona Norte del Gran Buenos Aires, por la Navidad, en la Iglesia Anglicana de Martínez, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2012.
Gerardo Oberman
Fuente: Red Crearte