El Dios eterno,
a quien no derrota el tiempo,
el único ser duradero
plantado en las alturas de todo,
nos mira y compasivo se inclina.
No dice nada,
sólo nos toca un momento
y acompaña nuestro devenir.
No ríe, no puede reír
ante tantas tragedias.
Tampoco llora.
Vive instalado en sus juicios
que día con día dosifica
y transmite sin descanso.
Se reinventa en cada amanecer.
No es indolente,
pero tampoco pleitea con sus criaturas rebeldes.
Las deja divagar
y condesciende a dialogar con ellas.
Se ha vestido con su piel
y no ignora lo que les sucede,
el olor de la tierra,
el aroma de la brisa marina,
el rumor de los bosques.
Enamorado del tiempo,
eligió quedarse atrapado en los relojes
con tal de ser conocido íntimamente.
Hoy ronda de incógnito por el mundo.
Leopoldo Cervantes Ortiz
Fuente: Red Crearte, bajo Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina.
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