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La necesidad de abordaje científico y de diseño de modelos que acoten la incertidumbre en el tema de los incendios se contrapone a las vacilaciones y falta de respuesta del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación. El recorte del presupuesto de ciencia y técnica no es ajeno al problema.

El ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (Sergio Bergman) se refirió hace unos días a un tema que recurrentemente es noticia y fuente de preocupación: los incendios forestales.

No es sorprendente. Un incendio es un evento que en muy poco tiempo elimina no sólo la vegetación de grandes áreas sino también bienes económicos y culturales a veces muy valiosos. En ocasiones, incluso, un incendio incluye la pérdida de vidas humanas.

Los incendios involucran lo que denominamos socio-ecosistemas, ámbito en donde la naturaleza modifica y es modificada por procesos sociales, políticos, económicos y culturales.

Los incendios plantean entonces un problema complejo, no porque sean inabordables, sino porque operan muchos factores, que interactúan entre sí. Las soluciones en estos casos no son triviales.

El tema de los incendios es un ejemplo del tipo de problema que requiere de un abordaje científico para encontrar soluciones y/o manejarlo.

Por un lado, tenemos que entender qué factores predisponen su ocurrencia:

  • ¿Es la acumulación de material vegetal seco en el año previo?
  • ¿Es la distribución de determinado tipo de vegetación muy combustible?
  • ¿Es la humedad ambiente, la temperatura?
  • ¿Es la interacción de todos esos factores?

Por otro lado, hay que considerar qué papel juega el fuego en cada ecosistema:

  • ¿Esta área no se quemaba naturalmente?
  • ¿Se regenerará igual la vegetación que se quema en invierno que la que lo hace en verano?
  • ¿No será mejor que esta área se queme en vez de seguir evitándolo?

La lista de preguntas es enorme y para darles respuesta no podemos confiar en la experiencia empírica no sistemática.

Por ese camino, y en el mejor de los casos, nos llevaría mucho tiempo entender el sistema y retardaría las acciones, el manejo del fuego.

Tampoco podemos actuar a partir de «corazonadas». En el caso de los incendios, sus consecuencias pueden ser fatales.

Necesitamos construir modelos que acoten la incertidumbre, nos enseñen a lidiar con aquella parte de lo desconocido que no pudimos conocer y nos ayuden a tomar decisiones.

Tenemos que construir una idea de cómo funciona el sistema. Por ejemplo, «es más probable que se queme la vegetación A que la B y el riesgo es máximo cuando la temperatura es mayor a 30 grados, la humedad ambiente menor a 30 % y el contenido de humedad de la vegetación inferior a 30%».

Si las cosas no resultan ser como pensábamos (por ejemplo, los incendios ocurrieron siempre con temperaturas menores a 30 grados), podemos aprender en el proceso, mejorar el modelo y, eventualmente, hacer predicciones más certeras.

Tener estos modelos es una herramienta clave en, por ejemplo, la planificación (dónde localizar infraestructura) o la prevención (dónde extremar controles).

La alternativa a estos caminos es, generalmente, a «la bartola» o hacer lo que le conviene a los poderosos.

Necesitamos a la ciencia para que desarrolle modelos para tomar decisiones.

También necesitamos a la ciencia para recoger los datos que alimenten esos modelos (radares meteorológicos que indiquen dónde llovió y satélites que estimen la temperatura superficial o cuán seca está la vegetación) y para que evalué las causas (naturales o inducidas por los humanos), los daños y la recuperación.

Precisamos a la ciencia, articulada con la educación superior, para capacitar a quienes tiene que desarrollar y operar los sistemas de prevención y monitoreo.

Esa ciencia que necesitamos para lidiar con los incendios (y muchas otras cosas) la hacen quienes forman parte del sistema de ciencia y técnica, es decir, los investigadores, becarios, personal de apoyo, estudiantes, etc., que trabajan en múltiples instituciones del Estado (universidades, Conicet, INTA, INTI, CONAE, etc.).

Sin ellos el sistema de previsión y control de incendios será más ineficiente e ineficaz.

incendios_nasa

Cuando el ministro Bergman se refirió al tema, propuso un camino alternativo al científico para abordar la problemática de los incendios: rezar.

O sea, invocar a una divinidad (tuvo el tino de no especificar ninguna) para que se ocupe del asunto.

Eso tendría una enorme ventaja práctica: se puede prescindir del sistema de ciencia y técnica (y de todas las brigadas de bomberos y demás dispositivos de control) y de la parte del presupuesto que necesita para funcionar.

De hecho, la propuesta de rezar como solución a problemas complejos es perfectamente coherente con el trato que recibe la finalidad ciencia y técnica en el proyecto de presupuesto: pasa del 0,71% del total del presupuesto nacional en 2016 al 0,59% del total en 2017.

Mis escasos conocimientos teológicos no me permiten calcular cuánto más barato es depositar la solución de problemas complejos en divinidades que sostener el sistema de ciencia y técnica.

Tengo, eso sí, bastantes evidencias de que confiar en rezos no es efectivo.

Las declaraciones de Bergman, como decía Tato Bores, «parecen un chiste sino fueran una macana grande como una casa».

José Paruelo

Profesor titular en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador superior del Conicet.

Fuente: Agencia TSS.

 


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