No quiero tu cielo chiquito,
ese de puertas angostas
y de misericordia anoréxica,
de una gracia desnutrida
de toda compasión y de toda ternura.
No me interesa tu cielo meritocrático,
en el que solo hay celestes
o amarillos o grises apáticos,
y donde las verdes apasionadas
o los arcoiris de la diversidad
no tienen espacio.
Tu cielo de bancos de domingo
y de semanas “desentendiéndote de lo que pasa”
es un lugar de fantasía,
un circo para entretener la fe
toda vez que la potencia del Evangelio
no logra impulsarte al testimonio
en medio del barro de la vida.
Tu cielo lleno de miedos y prejuicios,
en el que la acción política “te hace ruido”
y en el que el roce con la realidad
asquea tu pacata moralidad,
no es el cielo al que quisiera entrar.
Tu cielo de aleluyas y santos y amenes
pero sin sensibilidad para el “tuve hambre,
tuve sed, estuve desnudo, estuve preso”;
tu cielo con peajes y con muros,
que le teme a las fronteras abiertas,
es un cielo de dioses peligrosos y mezquinos,
incapaces de cualquier empatía
con el dolor y con la necesidad humana.
Tu cielo de mandamientos viejos
y no de amores nuevos;
tu cielo de textos selectivos
y de dogmas que oprimen,
tu cielo de mesa pobre,
donde se come el pan
como si estuvieras en un funeral
y donde el vino ya no trae alegría,
es un cielo amargo y triste.
Dame los cielos prometidos,
esos donde la revolución de Jesús
se va construyendo en los encuentros,
en los compartires, en la solidaridad,
en el compromiso con quienes buscan
plenitud, dignidad, comprensión,
inclusión, pascuas, sanidad,
una mirada cálida, alimento.
Ese cielo que es acá, ahora y mañana,
cielo que abraza cada necesidad,
cada dolor, cada lágrima,
que transforma toda desesperación en esperanza
y cada tropiezo en nueva oportunidad.
Dame los cielos escandalosos
que saben abrazar los infiernos
de quienes han sido puestos
en las márgenes del buen vivir.
Dame los cielos inquietos
de veredas anchas,
donde cada ser humano
tiene espacio para ser en libertad.
Gerardo Carlos C. Oberman
Fuente: Perfil del autor en Facebook.