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(A la luz de Mateo 22:21)

Reclaman los Césares
de todos los tiempos
el oro y la sangre,
los impuestos y las lágrimas,
la tierra y los sueños,
los frutos y las vidas.

Reclaman el saludo adulador
y la veneración incuestionable
de los pueblos sometidos
por la fuerza de la ocupación
de sus territorios y de sus libertades,
de sus cuerpos y de su espiritualidad,
de sus presentes empobrecidos
y de su futuro incierto.

Reclaman, demandan y exigen
para sostener reinos pasajeros,
desde el poder de sus tronos vacuos,
sedientos de glorias vacías
pero embriagados de soberbia
y de ambiciones insaciables.

Pero nunca serán suyos
los amaneceres y las lluvias,
la claridad de la luna o el ir y venir de las olas,
el canto de las aves ni el fuego del volcán.
Jamás les pertenecerán
la mirada de quien ama,
la caricia de quien cuida,
la mano abierta de quien comparte,
la oración silenciosa de quien cree,
las promesas que aún se cantan,
las esperanzas que atraviesan generaciones,
las miradas que brillan, transparentes,
las risas de quienes todavía juegan
ni la llama perenne que anida en las almas
de los pequeños y las pequeñas de Dios.

Porque no hay César
que pueda arrebatarle a Dios
lo que siempre ha sido suyo.

Gerardo Carlos C. Oberman

Fuente: perfil del autor en Facebook.

En la fotografía superior, anverso y reverso de un denario con la imagen del emperador romano Tiberio, entre los años 36-37 d.C. Cuando le preguntaron a Jesús si era lícito o no pagar tributo al César, pidió que le mostraran una moneda. Después de interrogar a sus interlocutores, respondió: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Se estima que una moneda similar a esta fue la moneda entregada a Jesús. Las monedas con este diseño, pero con pequeñas diferencias, fueron creadas antes y después del ministerio de Jesús. Esta moneda en particular fue creada unos años después de su ministerio. Imagen bajo licencia genérica Creative Commons Attribution 2.0.


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