Skip to main content

Hoy hace justo un mes murió Julio Henry. Un día antes, el 20 de enero de 2015. había cumplido 56 años. Falleció por un cáncer de pulmón que le detectaron hace unos tres años.

Julio era un hombre alto y flaco, cercano y generoso, que amaba a la vida y a su familia, a Diana, su esposa, y a sus hijos Andrés y Sabrina.

Julio no tenía temor de enfrentar el destino inexorable de la muerte por cáncer, gracias a su fe en Cristo.

Julio trabajaba en una empresa informática propia, pero su pasión desde joven fue la música. Junto a su hijo había montado un estudio de grabación en su casa en el barrio porteño de Saavedra, con aislación acústica para no molestar a los vecinos.

Julio Henry, el 28 de octubre de 2012 tocando el bajo en la Iglesia Presbiteriana San Andrés en Olivos.

Julio Henry, el 28 de octubre de 2012 tocando el bajo en la Iglesia Presbiteriana San Andrés en Olivos.

Julio cantaba y además tocaba el bajo y la guitarra con amigos de Brasil, y de la Argentina y en la Iglesia Presbiteriana San Andrés en la ciudad de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires, donde lo conocí hace unos 10 años.

Julio era argentino, vivió seis años en Brasil donde sus padres se mudaron por trabajo. En el país vecino tomó una decisión de fe por Cristo, conoció a Diana, formó parte de una banda gospel y se casó.

Julio sabía enfatizar bien cada palabra que decía. Aun con la voz trémula y débil por consecuencia de la enfermedad, era elocuente al hablar, y sus ojos vivaces, detrás de unos finos anteojos, acompañaban sus expresiones cálidas. Era un buen compinche, no sólo musical, si no como amigo.

Julio no ocultaba las consecuencias de su enfermedad pero tampoco hacía de ella un show o una exhibición para recibir conmiseración.

Julio ni «vendía» ni aparentaba santidad, era el primero en reconocer sus fallas.

Julio no tenía dobleces.

Julio sonreía con gozo cuando yo le compartía nuevas músicas, como por ejemplo la versión de «Sublime gracia» que hizo Chris Squire, el bajista de Yes.

Julio era una persona alegre y disfrutaba mucho cuando recibía a sus amigos en su casa.

Julio me estremecía cuando lo escuchaba cantar con voz firme y emocionada una de sus canciones preferidas: «Estoy vivo y su espíritu me guía».

Julio amaba el rock y le gustaba meter mano en los himnos tradicionales evangélicos y protestantes para «rockearlos» o «abrasileñarlos».

Julio era el compañero fiel que siempre me marcaba el ritmo en los servicios donde tocaba batería o percusión o me indicaba cómo acompañar desde el bombo las notas destacadas de su bajo.

Julio era el músico generoso que luego de un servicio donde no había podido tocar el bajo por su enfermedad, se acercaba y mientras me estrechaba en un fuerte abrazo me agradecía por mi labor percusiva.

Julio supo llevar adelante su familia hasta sus últimos días, siempre fue la cabeza y se ocupó que ellos estuvieran bien y tuvieran todo lo que necesitaban.

Julio fue un ejemplo de luchador, porque aún conviviendo con el cáncer, con las quimioterapias que lo dejaban calvo y muy débil y con otros tratamientos, nunca tiraba la toalla y siempre intentaba salir adelante y demostrar que estaba bien a pesar que en muchos momentos no lo estaba.

Julio nunca dejó de ser un testigo para los otros de su amor a Dios, que expresaba de palabra, a través de su música y en hechos.

Julio era una buena persona que pensaba en el otro.

Julio protagoniza el siguiente video biográfico, publicado originalmente en su perfil en Facebook y que publico aquí con autorización de Diana. Si no llegara a estar disponible es porque contiene música protegida con derechos de autor y YouTube lo bloquea por esa razón. El video incluye una foto que le tomé, aparece en el minuto 11.34. Aunque no se escucha la voz de Julio, confirma, enriquece y amplia mis pobres descripciones y afirmaciones:

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=qzJi3Rf87Ik&w=420&h=315]

Luego de ver este video, unas horas antes de su partida, Julio dijo: «Tuve una buena vida… la volvería a repetir».

Hoy, un mes después de su muerte, y el mismo día, el 21 de febrero, cuando mi primera hija, María, hubiera cumplido 24 años, expreso mi esperanza de reencontrarme ante la presencia de Dios con ella y con mi amigo Julio, el que se fue en enero.

Actualización al 20 de enero de 2022: el siguiente video me fue compartido por la familia de Julio:

César Dergarabedian

Soy periodista. Trabajo en medios de comunicación en Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Especializado en tecnologías de la información y la comunicación. Analista en medios de comunicación social graduado en la Universidad del Salvador. Ganador de los premios Sadosky a la Inteligencia Argentina en las categorías de Investigación periodística y de Innovación Periodística, y del premio al Mejor Trabajo Periodístico en Seguridad Informática otorgado por la empresa ESET Latinoamérica. Coautor del libro "Historias de San Luis Digital" junto a Andrea Catalano. Elegido por Social Geek como uno de los "15 editores de tecnología más influyentes en América latina".

One Comment

  • Marina Harvey dice:

    Luego de leer y mirar este video, imposible evitar un llanto tremendo que aún dificulta el tipeo. Es que Julito está vivo en el corazón de muchos…. Hombre de valores, hombre Cristiano, hombre de pura luz. El día que lo despedimos en la iglesia San Andrés, nunca, nunca vi tanta gente llorar, hablo de ese llanto que deforma la cara y pone la nariz roja. Rojo fuego. Hombres y mujeres, adultos, jóvenes, todos llorando, despidiendo a nuestro querido Julito.
    Fue y es un ejemplo para todos nosotros. Fue y está en el corazón de todos los que lo conocimos. Dejó un espacio en el escenario que aún se percibe su presencia. Él está ahí.
    Quisiera dar mi testimonio. Julio siempre rezó, incansablemente por mi hija y por mí. Puedo escuchar sus palabras como si fuera ayer. Esa generosidad que rebalsa, ese pensar en el otro era una de sus tantas características. En sus últimos días, en la Iglesia me miró y me preguntó cómo estaba… y yo te vi, te observé, todo flaquito, con tu voz casi imperceptible, pero con esa luz en la mirada; se me escaparon un par de lagrimones. Vos pensaste que era por mi propia situación y como siempre: ¨ no perdamos la fe que…¨… pero esas lágrimas eran por el hecho de observar que vos, hasta tus últimos días, pensabas en el prójimo. Era el anticipo de saber que no quedaban muchos más consejos por venir, que no quedaba mucho más tiempo de Julio en San Andrés. Gracias por todo, Julio, de corazón. Como bien dice César, algún día volveremos a estar todos juntos, y cantaremos y alabaremos.

    Marina Harvey

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: