Mis padres fueron personas muy comprometidas con la obra de las iglesias evangélicas bautistas en la Argentina. Roberto fallecido hace casi 40 años, fue pastor y además trabajaba como tesorero de la Sociedad Bíblica Argentina entre otras responsabilidades, y Martha, quien murió el 29 de septiembre pasado, hace un mes exacto, aplicaba sus amplios conocimientos literarios en editoriales y organizaciones cristianas.
Por estos deberes y ocupaciones, mi hermana Priscila y yo quedábamos solos en casa, o los domingos en una pequeña oficina en el templo de la iglesia bautista del barrio porteño de Chacarita, mientras tenía lugar el culto (servicio) nocturno, acompañados por libros y juegos de mesa. No existían ni Internet ni la telefonía móvil ni las computadoras ni la televisión por cable ni los videojuegos.
En esa iglesia desarrollé un reflejo condicionado (al estilo de los perros de Pavlov): cuando escuchaba el himno “Sagrado es el amor”, en especial el primer verso de la tercera estrofa (“Nos vamos a ausentar”), con el que culminaba invariablemente mi padre las reuniones, yo salía raudo hacia la puerta del templo, porque era la señal inequívoca de nuestro inminente reencuentro y regreso a casa.
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=c8FS6sloNOI&w=640&h=360]Hace un mes mamá se fue a acompañar en forma imprevista a mi papá. Es un duelo muy diferente al que tuve que vivir luego de la muerte de mi padre, quien falleció cuando yo tenía nueve años de edad. De aquel proceso muy traumático extraje enseñanzas que luego apliqué al duelo por la muerte de mi hija mayor, María, y hoy llevo a la práctica en estos tiempos. En alguna ocasión compartiré en este blog esos aprendizajes.
Como canta Tom Yorke en la canción que está al final de esta nota, estos son días, semanas, meses y años cuando “el verdadero amor espera”, como aquellos tiempos de la infancia cuando anhelaba el regreso de mis padres a mi casa o en ese templo en Chacarita para ir en verano a comer helados a la heladería Saverio, en San Juan y Catamarca, en el barrio porteño de San Cristóbal.
El amor se nutre de cosas y experiencias sencillas, como las paletas y las papas fritas que menciona Yorke, que conforman recuerdos indelebles. De «rebanadas de cotidianidad», como mencioné en esta nota.
Y ese amor, conformado por esos recuerdos, alimenta la esperanza en un reencuentro eterno en el cielo con mis seres queridos ante la presencia de Dios, el mismo que prometió en Apocalipsis que “enjugará toda lágrima de los ojos” porque “ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor”.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=O6HMW7h5jGY&w=560&h=315]
QUE HERMOSA ES NUESTRA ESPERANZA DE SABER QUE UN DIA NOS ENCONTRAREMOS CON AQUELLOS QUE AMAMOS EN LA GLORIA DE NUESTRO SEÑOR !!!!
CONMOVEDOR RECUERDO GRACIAS POR ENVIARMELO ana
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Como siempre, desde tu corazón. Muy bello, muy cierto y de mucha bendición. Gracias.
Cuenta Thich Nhat Hanh que tiene un amigo que «…hace cuarenta años, cuando se marchó de Vietnam, su madre le tomó la mano y le dijo: «Si me echas de menos, mira tu mano y me verás inmediatamente.».
A lo largo de estos años, mi amigo se ha mirado las manos muchas veces. La presencia de su madre no es solo genética. Su espíritu, sus esperanzas y su vida están en él. Cuando mi amigo se mira las manos puede ver en ellas a cientos de generaciones que le han precedido y cientos de generaciones que le van a suceder. Puede ver que no solo existe como un eslabón del árbol genealógico, como eje del tiempo, sino también como una red de relaciones interdependientes. Me dijo que jamás se ha sentido solo.».
No hay que esperar el futuro para encontrarse.
Abrazo, César.
Gustavo