A las 18.00 del 20 de enero de 2015 entró al Bar Baro David Kohler, uno de mis 50 invitados para celebrar mis 50 años, una idea sobre la cual puedes leer más en esta nota.
David es una persona luminosa, un ángel para mí, y que no se lleva bien con los ambientes oscuros de cualquier tipo, físicos y espirituales. Por eso accedí de inmediato a su propuesta de salir del bar, de luces muy tenues y donde el único habitué en ese momento era una gata de pelo largo y lacio que me hacía compañía. Salimos y nos sentamos alrededor de una de las mesas que el bar tiene en el pasaje Tres Sargentos.
Con dos chops de cervezas y una gran picada, que luego culminamos con un café americano, para David, y un agua mineral, para mí, hablamos durante casi cuatro horas, en medio de la conmoción por la aparición el día anterior del cadáver del fiscal federal Alberto Nisman en su departamento porteño.
Rodeados de palomas que parecían los pájaros de la película homónima de Alfred Hitchcock, e interrumpidos por vendedores ambulantes, limosneros y otros personajes de la vía pública porteña, con David repasamos la política argentina, sus viajes a China, nuestras familias, nuestra común experiencia laboral en el periódico El Puente, la docencia que ejerce desde hace unos años, y muchos temas más que nos alegran, nos gustan y nos duelen.
David tiene una risa franca, que recuerda a la de Papá Noel en las películas navideñas. Pero en su caso no son estereotipadas, porque surgen de un hombre de 52 años, de una fe cristiana profunda y sensible, con una mirada siempre abierta a la obra de Dios en las personas.
David es una de las más personas que más usó y usa Dios para bendecir mi vida. Leal, honesto, sincero, paciente, virtudes que valoro desde hace más de 20 años, cuando nos conocimos en El Puente.
Con David cofundé el periódico digital Pulso Cristiano en 2003. Nuestra amistad está cimentada en muchos años de relación y en pruebas de profundidad abisal.
Dios dispuso que David estuviera, junto a Pablo Bedrossian, a mi lado cuando falleció mi hija María. David me acompañó para reconocer el cadáver de ella en la morgue del hospital de la ciudad de San Fernando, en el norte del Gran Buenos Aires. Fue un consolador y compañero de ruta en medio en los valles de sombras, y un amigo en los tiempos de alegrías y penas. Agradezco a Dios por su vida e intercedo ante Jesús todos los días por él y su familia.
Como siempre sucede con este hombre que ama y sufre la ciudad donde nació y vive, Quilmes, la charla continuó hasta el punto de separación: una parada de colectivo. Ambos vivimos en lugares opuestos del Gran Buenos Aires: David en el sur y yo en el norte. Esa distancia que nos aleja no impide que mantengamos una amistad profunda.
Acabo de leer tu resumen de esa tarde memorable. Como siempre, generoso con tu tiempo, tus experiencias, la invitación y muy buen amigo.
¡Muchas gracias, David, sos muy generoso! Abrazo.